sábado, 31 de diciembre de 2011

La liberación de Matrix


“Señor, bienvenido a la presentación de impresoras con la tecnología más moderna del mercado actual.”

Así comenzaba la bienvenida que me hacía este tipo. ¿Qué estoy haciendo aquí en esta presentación de una pavada tan grande como estas impresoras? ¿Qué tienen de especial?
Eso si, el lugar era espectacular. Estaba muy bien montado. Mucho inoxidable que contrastaba con dispositivos y mobiliario de un plástico de colores mate donde predominaba el rojo.
Impresoras. Cartuchos de colores. Muchos, cientos, que se conectan con unos tubos también de colores muy modernos. ¿Pero qué es esto? ¿Qué tan prácticos pueden ser estos cartuchos que van conectados por medio de esos tubos? Si, son tubos. Por ahí pasa la tinta. No son cables. Pero están a una distancia enorme de las impresoras. ¡Qué cosa tan complicada y aparatosa! ¿Quién va a comprar estos cachivaches con esta distribución enorme de cartuchos y tubos?

Pero, a ver un momento… ¿qué está pasando? Me doy cuenta que todo este tiempo estuve recostado en una especie de habitáculo con la forma de mi cuerpo parecido a una camilla pero de pie. Me atan automáticamente. Los mismos tubos que alimentan a las impresoras me rodean de tal forma que me dejan fijado a esa especie de cama perpendicular. Me quiero separar de esa litera moderna pero no puedo.

“Caballero, todo bien con la presentación, pero déjeme incorporar por favor”, le digo esto a no se quién porque hay mucha gente dando vueltas por ahí.

“No se preocupe señor, quédese tranquilo pero debe permanecer ahí hasta que todo termine” contesta alguien muy cortésmente pero con una autoridad demasiado fuerte para mi gusto. ¡Qué idiota!

Neo en el momento de desconectarse de la fuente de energía de Matrix
Me siento como Neo cuando se está desconectando de la fuente de energía de Matrix. Pero sin tanta humedad como en la peli.
Miro alrededor y veo otros habitáculos. A mi izquierda hay una señora de pelo corto y castaño. Tendrá unos 60 años y está recostada en su habitáculo. Sin hacer ningún lío, ni siquiera prestaba atención a lo que pasaba a su alrededor. Está dormida plácidamente. Pero… ¡está desnuda! Bueno, no tan desnuda. Una especie de sábana tapa sus pechos y su pubis. Pero sé positivamente que debajo de la sábana está completamente desnuda.

“¡Señor, discúlpeme pero necesito reincorporarme!” Grito y a la vez intento desentrañar la maraña de tubos.

“Aguarde un instante más… no se apresure y tranquilícese, ya va a poder irse.”

“No, por favor, si ya estoy bien… ¿no ve que estoy consciente? Déjeme ir, por favor”

¿Consciente? ¿Dije consciente? Pero si.. ¡Claro! ¡Ahora lo entiendo! Estoy en la sala de recuperación. Me acaban de operar y estoy despertando de la anestesia. Estoy en observación todavía. ¡Por eso digo estas pavadas!

“¡Ays, por favor. No me hagan caso! Les pido disculpas, vean, vean. Me quedo quietito. No haré estupideces. Pero ya estoy bien…. Se ve que la anestesia…”

“Si, si, espero… estén tranquilos que espero… ya sé que estoy despertando, perdónenme. No voy a hacer locuras, no hago tonterías, no voy a entorpecer y me quedo quieto. Ya estoy bien.”

A toda costa quería que supieran que ya no estaba en estado de boludez. No iba a dar más espectáculo y ni siquiera intentaría moverme para no joder nada de la operación que me acababan de hacer. Y sobre todo, ir cuanto antes a la habitación.

Sinceramente no se si todo lo que relato realmente lo dije, lo grité o lo soñé. Tampoco se si realmente quise escaparme de la camilla o desconectar alguna sonda o alguna vía. No tuve oportunidad de preguntar. Ni quise hacerlo, creo que por vergüenza.

viernes, 30 de diciembre de 2011

La fe del rosal


Una noche, cuando ya concluía el verano, estábamos terminando la cena en el comedor. Éramos pocos. Había varios nuevos que venían de revisión y la conversación giraba a la exposición de nuestras lesiones y sus derivados. Alguno hablaba de lo tonta que había sido su lesión. Otro comentaba de lo bien que le había ido en todo este tiempo y los pasos que había dado. Cuando llegó mi turno comenté cómo era mi caso y  que ya no volvería a caminar.
Una señora un poco mayor, me dijo: “Ay querido, no digas eso. Nunca hay que ser negativo. Fíjate en mí que cuando me accidenté no podía caminar y ahora después de muchos años y mucho esfuerzo lo hago con muletas”.
“Es que depende de cada lesión", le respondí. "Te felicito y te admiro por tu evolución pero en mi caso la lesión es completa y no hay manera de revertirlo”
“Ay, no, no, no. Tenés que tener fe”, me dijo.
La conversación siguió un poco más, creo. Yo me fui para la habitación. Estaba un poco disgustado. Siempre consideré que tendía a ver el vaso lleno. Me parece que soy un tipo que tiene fe. “Tu siempre positivo” como diría Van Gal. Recordaba viejas charlas con amigos en las que discutíamos y me quedaba con vergüenza por tener una postura que rayaba en lo inocente de tan positivo que era. Y esta tipa me estaba retando porque pensaba que no iba a volver a caminar.

Conocí un muchacho en el hospital que se “mataba” en su horario en el gimnasio. Cuando era el momento en que todos descansábamos, él se ponía los bitutores y no dejaba rincón del hospital sin recorrer. Su mujer atrás, siempre siguiéndolo con la silla, para ayudarlo. Cuando lo querías ubicar sabías que estaba en el gimnasio o en las rampas. Pero no evolucionaba. No había ninguna mejoría en lo que al estado de su lesión se tratara. Él lo sabía, los médicos se lo decían. Pero tengo la sensación que negaba la situación. Es más ya tiene el alta y me lo imagino en su casa todo el día dando saltitos.

Otro que decía no saber cuál era su lesión. Que la doctora no sabía decirle el grado de lesión. Nada de lo que hacía en el hospital le iba a servir. Despotricaba siempre contra el que tuvo el accidente de tráfico. Hasta dejaba que su anciana madre todas las tardes le pusiera las medias porque creía sentir los pies fríos. “¿Tenés sensibilidad en las piernas?”, le preguntaba. Me contestaba que a veces sentía un hormigueo. Que eso lo tenemos todos, le respondía. “Pero el mío es distinto y voy a volver a caminar”.

También estaban los que depositaban su fe en Dios y no paraban de rezar. Y los que esperaban los resultados del estudio de hormonas de crecimiento. Los que buscaban cómo meterse en los experimentos de células madre.

Todo es válido. Todo puede funcionar. Todo genera expectación. Todo crea esperanza. Todo ilumina la visión.

Pero yo sigo pensando que hoy por hoy, no voy a volver a caminar. ¿Y por qué tendría que volver a caminar?

Las cosas son como son. No podemos revertir situaciones irreversibles hasta el momento. ¿Tenemos que intentar arreglar la situación? Claro que si, siempre. ¿Debemos esperar que las investigaciones avancen? Por supuesto y debemos probar. ¿Hay que rezar? Cada uno a su Dios. 
Pero tenemos que mirar siempre para adelante desde donde estás parado (un poco irónico, ¿no?). Es indispensable invertir el tiempo en seguir haciendo lo que hacías antes de tu lesión y más. Estudiar, leer, expresarte artísticamente, trabajar, conocer cosas, lugares y personas.

Tenemos que comenzar a dar nuestras flores más hermosas, ahora.
Acaso ¿para qué se podan los rosales en invierno?

Esa es mi fe. 

jueves, 29 de diciembre de 2011

Habitaciones compartidas 1.


En el Virgen de la Salud, donde llegué después del accidente e hicieron la fijación de mi columna, estaba en una habitación solo. Solo es un decir, porque por suerte Clau pudo acompañarme todo el tiempo que pudo y la dejaban dormir en un sillón al lado de mi cama. Me refiero a que no tenía ningún compañero de desgracias. Estaba muy cómodo a pesar de todo lo que me estaba pasando.

Cuando llegué de la operación (llegué semi despierto), me esperaba una nueva habitación. Una más grande y con otra cama al lado. No había nadie pero a los pocos días llegó mi primer compañero de los tantos que nos tuvimos que soportar mutuamente ronquidos, charlas, quejas, olores y familiares.

Ya en Parapléjicos, con Clau nos tuvimos que acostumbrar a que ella ya no podría quedarse a dormir y solo nos veríamos en los horarios de visita.

Ahí me presentaron a ERNESTO y más tarde, cuando llegó, a JESÚS. Este era un señor un poco mayor pero que tenía bastante independencia. Varias veces despertándome de la siesta o de noche pude escuchar a JESÚS quejarse de mis ronquidos. No me hablaba directamente pero yo entre la somnolencia pude escuchar su queja un par de veces. Muy enojado le dije un día que lamentaba molestarlo por algo que yo no podía controlar pero que lo que más lamentaba era que él no me expresara su disgusto cuando yo pudiese escucharlo. No dijo nada pero yo fui a hablar con la doctora solicitándole mi traslado de habitación. A la misma tarde a quien trasladaron fue a JESÚS para desazón de ERNESTO que debía seguir soportándome en silencio. Cuando le pregunté a ERNESTO si yo lo molestaba el me mintió con mucha altura diciéndome que no había ningún problema. Ahí comenzamos a entablar una amistad.

Ernesto era un hombre de unos 40 años que estaba internado para realizarle una operación y yo lo conocí en su convalecencia. No tenía una lesión. Había nacido con una deformidad bastante aguda. Su cuerpo era de contextura normal pero pequeño. Sus piernas no habían crecido y por lo tanto no se habían desarrollado lo suficiente como para poder caminar y se movía en silla de ruedas. Como los dos estábamos todo el día en la misma habitación y no nos levantábamos de la cama, no tardamos  en hacernos amigos y comenzamos a compartir nuestra vida.

Cierto día, un celador muy macanudo (enrollado), nos mostró un video en Youtube de un argentino que se hace llamar “el bananero”. Una absoluta idiotez. ERNESTO se partía de la risa y yo me divertía viendo como se descojonaban (desternillaban) de risa ellos. Esto nos marcó mucho porque yo a cada instante imitaba lo que se decía en el video con el mismo acento que el actor y generaba risas cómplices.


Siempre nos unía la complicidad en los comentarios sobre lo bien que estaban algunas enfermeras que nos asistían. ERNESTO decía que yo tenía labia suficiente para poder ganarme a cualquiera de ellas pero él, en su situación, no podía hacer nada al respecto. Por supuesto que lo alentaba a seguir intentando la búsqueda. Lo animé a utilizar Internet como herramienta de acercamiento. Pero un día cuando estábamos solos le dije que su problema fundamental era que cuando estuviese cerca de una mujer tratara de contener cualquier flatulencia que amenazara con escapar. Es que a ERNESTO cuando nació le habían realizado un ano artificial casi a la altura del pecho. La risa que le generó el comentario fue tal que tardó varios minutos en poder tranquilizarse.

Un día llegó un tercer compañero a la cama que había quedado libre cuando “lo fueron” a JESÚS. Su nombre también era JESÚS nos lo dijo un celador porque él tenía una traqueotomía permanente y no podía hablar. Lo único que podía hacer era emitir algunos sonidos que significaban que una enfermera debía venir a limpiar su garganta de mucosidad.

Las enfermeras también bromeaban con nosotros y le decían a JESÚS “Habla bien que no se te entiende” y el pobre JESÚS intentando clarificar las cosas seguía emitiendo sonidos guturales ininteligibles. Hasta que un día yo le contesté a la enfermera diciendo “JESÚS está diciendo: Luke, soy tu padre” a partir de ese día a JESÚS le comenzamos a llamar Darth Vader.

JESÚS, cuando yo me fui de alta del hospital, todavía seguía internado. No mejoraba mucho el pobre y su salud había empeorado un poco por un problemita que haría que su recuperación fuese mucho más lenta.

A ERNESTO un día le llegó el momento de su alta. Con Clau le regalamos una remera (camiseta) para poder salir de levante (a ligar) por su Cádiz querido. Él nos prometió invitar cuando fuese su boda. Nos dimos un abrazo muy fuerte cuando se marchó.



Nota: Tanto ERNESTO, como JESUS, son nombres ficticios. Los nombres originales, por razones de privacidad, los omito.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

El jardín de rehabilitación

“Horacio, hoy a las 12 tenés hora. Pero ya sabés si querés vas y si no querés no vas, eh?, yo te avisé.”

En Parapléjicos, la mayoría de las veces cuando ya te incorporás y tenés una vida más o menos de cierta independencia, los enfermeros te avisan de tus actividades extraordinarias para el día siguiente. Es decir, si te tienen que hacer una radiografía, o una resonancia, o una consulta especial, te avisan. A veces vas dispuesto a disfrutar de una cena que estas esperando por su prometedor contenido y te encontrás con un caldito y una fruta inamovibles porque al otro día tenés una prueba de urodinamia.

Pero con la psicología clínica es distinto. No es obligatorio ir.

Yo tengo un alta de enfermería, un alta de medicina interna, un alta hospitalaria, un alta de fisioterapia, un alta de terapia ocupacional. Pero me puedo ir a casa con una bruta depresión.

Y hasta los mismos colegas profesionales pueden llegar a boicotear el área. Como lo que me dijo ese enfermero, la primera frase de este post.

Dependía de mí. Bueno, tampoco fue tan así la primera vez.
Recuerdo un día que me sacan de la habitación con la cama. Hacía dónde iré?, me pregunto. Le hago extensiva la duda al celador. “Vamos a psicología”, me responde.
Me hizo mucha gracia entrar a un despacho de psicología rodando en una cama. Un estudio muy bonito con dibujos de pacientes, cuadros sugerentes con desnudos artísticos pero con silla de ruedas, flores, libros, una bandejita con caramelos y muchas cosas más. Tantas cosas como preguntas que me hacía la doctora. No recuerdo muy bien qué dije ni qué me preguntó pero debí de sentirme muy cómodo porque ya estaba “enganchado” en un grupo de terapia de relajación que empezaba la otra semana. Así comenzó mi relación con esta área un poco negada tanto por los pacientes como por los propios profesionales de cosas “más concretas”.


Evidentemente Mariángeles, una de las profesionales del área, recibe a todos sus pacientes. Pero me consta, por comentarios recibidos, que muchos no vuelven porque se cree que la rehabilitación está más cerca del gimnasio que del tercer piso.
Para mi era muy grato charlar con Mariángeles. Lo hacíamos periódicamente y además de bálsamo terapéutico es una fuente de información espectacular. No solo me regaló su libro sino que también bibliografía, artículos, experiencias, vídeos y ejemplos de vida de muchos lesionados medulares. Hasta a Clau pudo ayudar. Mi brazuquita tuvo momentos muy duros en este proceso (tantos o más que yo) y no tuvo reparos en contenerla y ayudarla profesionalmente con tantos mimos como a cualquiera de nosotros.

Tuvimos terapia sexual en grupo. Quizá el tema de sexualidad era solo un enganche porque a veces éramos tantos que no entraban nuestros cuerpos, sillas, camas y esposas en ese despacho. Y hablábamos de sexo pero terminábamos tocando todos los temas. Y eso, creo, era lo que necesitábamos realmente. No existe en la rehabilitación un espacio como ése.

Guardo mucho afecto de la gente del Hospital y de todos estoy muy agradecido. Pero con la única persona con la que sigo manteniendo contacto hasta el día de hoy es con la doctora María Angeles Pozuelo.

¿Será que todavía estoy esperando obtener su alta?

martes, 27 de diciembre de 2011

El ángel de la tila


Era la noche anterior a mi traslado a un lugar en donde me habían dicho que a partir de que llegabas empezaba la recuperación. Había lista de espera y no a todos los que se proponían podían ir. Había comunidades que ni siquiera los mandaban. El Hospital Nacional de Parapléjicos era un objetivo difícil. Me la pintaban negra.
El médico que me había operado y hecho la fijación de la columna me confirmó que el traslado tenía fecha para 15 días pero que si no había vacantes todo se demoraría un mes más. Y hoy se cumplía el día 14.

La noche anterior no podía dormir. Mañana era el día. Yo estaba en la cama recostado justo en el lateral donde me dolía (tenía algunas costillas rotas) pero esa noche no solo era la molestia.
Era madrugada. Veía a Clau dormidita en ese sillón-cama que tenía a su disposición. Pintaba bastante cómodo. Ella estaba bien ahí, decía. Pero jamás podía llegar a parecerse a una cama con todas las de la ley. Por ese motivo, no quería despertarla.

Ya no sabía qué hacer. Me revolvía en la medida que podía. Unos centímetros para un lado, unos centímetros para el otro. La sensación de querer romper las ataduras invisibles de la inmovilidad era desesperante. Empecé a transpirar. Maldecía al pelo largo que molestaba más que nunca mojado. Quería levantarme. Quería dormir. Quería ver la televisión. Quería leer aunque fuese sin lentes (los había perdido en el accidente). Quería escuchar música sin tener ningún reproductor (no se dónde estaba y Clau menos para poder habérmelo traído). Hasta que se me ocurrió la idea de pedir algún tranquilizante evasor de esta vigilia insoportable.

Apreté el botón y enseguida vino la enfermera que estaba de guardia esa noche. Era Cristina. Una chica joven, morena con pelo muy cortito y un piercing en la nariz que aunque era muy chiquitito no pasaba desapercibido. Además de atenta y dulce era muy linda.

Fui al grano. Le dije que necesitaba un tranquilizante, que quería dormir. Ella me recordó que ya había tomado uno después de la cena. Y me preguntó por qué lo necesitaba.

La mayoría de los españoles son gente muy directa. Sin preámbulos ni rodeos. Son tan específicos a veces que pueden llegar a parecer bordes (maleducados). Y, por supuesto, no les caben las “mariconadas”. Me la jugué con esta chica y traté de explicarle que el problema no era de dolores físicos. Le dije que tenía miedo. Miedo a que mañana algún médico confirmara que no podían trasladarme porque no habría vacantes hasta dentro de un mes. Miedo a que todo se demorase más. Miedo a tener que estar quietito sin hacer nada hasta quizá más de un mes. Le dije que tenía terror a seguir viéndome como un saco de papas tirado en la cama al que cada 3 horas venían cuatro auxiliares a darme vuelta para el lado contrario al que estaba. Le dije que tenía pavor de volver a llamar nuevamente, día por medio, porque por el olor me parecía que me había cagado y que me limpiaran me daba una enorme verguenza. Todo un mes más… o quizá más tiempo… o tal vez eternamente. Estaba desarmado y creo que estaba llorando.

Ella me pidió que esperara que ya volvía.

Supuse que la había convencido y me traería la bendita sedación.
Al poco rato, y con una taza humeante en la mano, me ofreció una tila. La infusión tenía tres saquitos y despedía un olorcito espectacular. UNA TILA!. Yo esperaba un vasito de plástico con una pastilla de “tranquilán”, “dormilicina” o algo así y esta enfermera no solo me traía una infusión sino que en una muy placentera y acogedora taza.

Y ahí comenzó todo. Me preguntó por qué pensaba que no iban a trasladarme. Me dijo que había averiguado y que estaba confirmado el traslado. Me habló de lo bueno que iba a ser que descansara ahora porque a partir de mañana me iba a cansar tanto que había que aprovechar. Me pidió que fuese paciente. Me prometió que todo iba a mejorar. Me sacó muy gentil y suavemente del castillo de desesperanza en donde estaba amurallado. Y se marchó. Y me tomé la tila. Y me dormí.



Muchas veces, hablando con Clau, me prometí volver a saludar a Cristina. Hasta que un sábado de paseo, en el Luz del Tajo (centro comercial de Toledo) seis meses después, nos cruzamos.  Se paró con un montón de bolsas delante de mi silla y me preguntó si me acordaba de ella. “Por supuesto que si, Cristina”. Hice hincapié en su nombre para que supiera la importancia de mi recuerdo. Ella se acordaba no solo de mi nombre y de lo pelirroja y dulce que era mi mujer, sino de esa noche anterior a mi alta del hospital. Nos reímos al recordar. Nos dijimos lo bien que nos veíamos. Nos alegramos de lo bien que estábamos y del trabajo que aún teníamos. Nos dimos seis besos. Cerramos un círculo de afecto, cariño y amor que me ayuda aún hoy el recordarlo.

domingo, 25 de diciembre de 2011

Fiestas 2011

Desde que estamos viviendo en España nos gustó siempre pasar las fiestas de Navidad y fin de año (nochevieja) solos. No por no tener otra opción, de hecho varias veces compartimos estas celebraciones con familia española o amigos. Pero lo que más nos gusta es pasarlas solos. Este año nos disculpamos con dos familias muy amigas que nos invitaron y que siempre estuvieron muy presentes en este tiempo de mi recuperación. 
Casi siempre hacemos lo mismo. Por la tarde llamamos a la familia de Brasil y de Argentina. Nos deseamos mutuamente además de felicidades y buenos deseos que nos veamos pronto. Después, entre los dos, nos comentamos las novedades familiares y nos ponemos un poquito con "saudades". Clau siempre prepara una cena muy rica y yo por lo general, elijo el vino. Cenamos y somos felices.
Sinceramente nunca pensé que el hecho de yo estar en silla de ruedas pudiese cambiar nuestras costumbres y sentimientos. Y así fue. 
Alguien, alguna vez, me dijo que ahora, una vez retornado a la vida diaria debería salir y hacerme ver. Inclusive más que antes. Que todos vieran que yo estaba ahí como uno más y que el hecho de estar lesionado no significada que no pudiese hacer lo que todos y más todavía.
Yo me siento bien. Pero eso no significa que voy a hacer las cosas muy distintas a como las hacía antes. No tengo que demostrarle nada a nadie. Y así fue. Y así será.



Y hoy, veinticinco de diciembre de 2011, día con sol espectacular y temperatura fresquita, Clau me propuso salir a caminar un ratito hasta "los patos". Quise compartir mi felicidad con ustedes. Por eso, estas fotos.

martes, 20 de diciembre de 2011

En el gimnasio


Para la mayoría de la gente esto es lo fundamental para la rehabilitación. Digo la gente y no puntualizo solo a los pacientes. Muchos médicos, enfermeros, auxiliares, celadores además de los familiares también lo piensan así. Me consta que muchos médicos basan la fecha de alta en función del estado de su evolución en el gimnasio. Además el día que hay que hacer alguna prueba en el laboratorio o en rayos o cualquier otro estudio y se solapa con el horario del gimnasio, es un motivo de queja.

Es impresionante reconocer cómo todos, día a día, evolucionamos en la convivencia con la lesión. Un día ves que a tus compañeros los tienen que ayudar los celadores para que se recuesten en la camilla del gimnasio. Y de pronto al otro día los ves transferirse, con un poco de miedo, pero solitos. Otros, pasan de la silla a los bi-tutores que te ayudan a ponerte de pie en las paralelas. Esas barras que son el preámbulo a la salida con los andadores. Te la pasás avanzando despacito y según la lesión que tenés lo haces pierna por pierna o a los saltitos como los gorriones.

Primero te movilizan. Y ahí van los fisios moviendo extremidades de un lado para otro. Después pesas. Y aprendés de bíceps, tríceps, deltoides y demás músculos que para algunos que siempre fuimos un poco vagos en las lides del desarrollo físico nos duelen las “agujetas”.

Y después viene lo más particular. Según la lesión, según el grado, según las posibilidades, según las expectativas. Y también según el fisio.
Hay días que no ves a alguien en el gimnasio y te preocupás. Al otro día te enterás que estuvo con algún problema. “Uy! ayer fue el día del Dulcolaxo y además la fruta estaba un poco verde….” Eso significaba todo el día en cama. A veces charlabas con el que no viste y te contaba que estaba un poco bajoneado. Te enterabas de sus problemas. Pero una vez hecha la “terapia” común ya estábamos de nuevo haciendo pesas.
Había muchos en las bicis fijas, haciendo cola para pedalear e ir a ningún lado pero que ayudaban a la movilización de las “patitas”. Otros iban al “robocop”. Una máquina que te hace caminar por una cinta. Y los que no eran “totales” o tenían muchos espasmos iban a la piscina.

Por las tardes era todo un poco más relajado para los “totales”. Pero los que sabían que todo dependía de su esfuerzo se mataban yendo por los pasillos dando pasitos con los andadores y sus mujeres atrás con la silla, esperando para asistir al cansancio. Veías sus caras, su sudor, su frustración y su obsesión en algunos casos. Para muchos servía. Podías ser testigo de eso. Todos eran ejemplo y te invitaban a esforzarte. Porque podía haber recompensa


Otros iban y venían por las rampas. Cuando unos bajaban les hacíamos bromas a los que subían “no seas tonto, es más fácil para el otro lado”. Todos nos reíamos a pesar de los dolores que teníamos en los brazos, en los hombros y en el alma.








A manera de addendum: Para el que quiera conocer un poco más lo que llamamos "robocop", pueden entrar en este enlace:


http://www.infomedula.org/index.php?option=com_content&view=article&id=829%3Aun-robot-que-simula-la-marcha-humana-demuestra-su-eficacia-en-el-hospital-de-paraplejicos-&catid=35%3Ahospital&lang=es

sábado, 17 de diciembre de 2011

El hombre y el agua


Si el hombre es un gesto
el agua es la historia.
Si el hombre es un sueño
el agua es el rumbo.
Si el hombre es un pueblo
el agua es el mundo.
Si el hombre es recuerdo
el agua es memoria.
Si el hombre está vivo
el agua es la vida.
Si el hombre es un niño
el agua es París.
Si el hombre la pisa
el agua salpica.

Cuídala
como cuida ella de ti.

Brinca, moja, vuela, lava,
agua que vienes y vas.
Río, espuma, lluvia, niebla,
nube, fuente, hielo, mar.

Agua, barro en el camino,
agua que esculpes paisajes,
agua que mueves molinos.
¡Ay agua!, que me da sed nombrarte,
agua que le puedes al fuego,
agua que agujereas la piedra,
agua que estás en los cielos
como en la tierra.

Brinca, moja, vuela, lava,
agua que vienes y vas.
Río, espuma, lluvia, niebla,
nube, fuente, hielo, mar.

El hombre y el agua - Joan Manuel Serrat


Era un asunto pendiente. No era suficiente que viniera una auxiliar y te pasara una esponja por el cuerpo. Bajo los brazos, las ingles y genitales eran los lugares más fregados por las abnegadas profesionales. Recuerdo un día que pregunté si podían hacer algo con mi melena. Todavía estaba internado en el hospital Virgen de la Salud. Tenía el pelo bastante largo y convaleciente de la operación de fijación. “Veremos qué podemos hacer”, me contestaron.  Al otro día trajeron una especie de bacía de esas que utilizan en las peluquerías. Así, recostado en la cama, me pudieron lavar la cabeza.

Ya en Parapléjicos, después de unos días, me sorprendieron. Me recostaron en una especie de camilla de lona a la que llamaban “la patera”. “Hoy te bañamos” me sorprendió el celador. Me llevaron a una salita que no conocía y ahí con toda mi desnudez relajada en la recién presentada patera, comenzaron a regarme. Una cálida y a la vez refrescante lluvia de agua me recorrió de arriba a abajo. En ese entonces solo podía llegar con mis brazos a lavarme el torso. No podía más abajo y tenía prohibido el esfuerzo. Seguía necesitando una mano amiga.
Dos veces por semana disfrutaba de ese momento limpio y relajante. Había días en los que me dejaban un rato solo, disfrutando del chorro de agua. “Hoy tenés canilla libre” me decían y se iban por unos minutos dejándome retozar en la patera.

En los comienzos de mi “independencia vigilada” (cada vez que tenía que hacer una transferencia tenía que llamar a algún auxiliar o celador para que supervisara) me animé y solicité que me dejaran sentarme en el váter (inodoro). No solo fue mi primer intento sentado sino que también quería aprovechar a ducharme por primera vez después de tantas semanas. Fue glorioso. Volvía a acariciarme con esponja jabonosa sin miedo a mojar sábanas.
Y después, el agua. 
Cálida, viva, relajante, impúdica, esplendorosa, sanadora, mojándome sin misericordia y por donde quisiera hacerlo.

Momentos como estos, fueron claves para mi recuperación. Sentir la placidez de la rutina diaria de la ducha y hacerlo solo, como hasta hoy, me ayudan a volver a respirar con profundidad y tranquilidad.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Cinturón de inseguridad


No, no.. quedate tranquilo. No voy a hacer una apología del uso o no del cinturón de seguridad en el coche.
Solamente te voy a invitar a hacer un juego.
Hace la prueba, dale no tengas miedo. Atate un pedazo de hilo sisal en la panza. Ponelo un poquito más arriba del ombligo y rodeandote la cintura, atalo. Atalo un poquito fuerte de tal manera que mientras lo tengas atado no se vaya ni para arriba ni para abajo. Tan fuerte que quede siempre a la misma altura por mas movimientos que hagas. Qué tal? Qué sentís? Te molesta? Te duele un poquito? No notás como que te corta la panza? Y no parece que en cualquier momento se va a romper cuando hagas algún movimiento brusco?

Los primeros días después de la operación en los que pude comenzar a incorporarme notaba que además de la insensibilidad, tenía una evidente falta de equilibrio ya que no podía controlar los músculos abdominales ni lumbares que rodean la zona de la lesión. Y para mi sorpresa, donde ya tenía sensibilidad notaba como un hilo fino muy ajustado como un cinturón alrededor de mi panza. Exactamente igual al que tenés vos ahora. Para mi fue bastante incómodo ya que sabía que cualquier movimiento brusco que hiciera, rompería esos músculos que ya no solo me molestaban sino que me dolían. Y para colmo cuando me recostaba, después de estar un tiempo en la silla, ese hilo se tensaba más y más como si quisiera romperse él mismo. Hasta que unos instantes después lograba relajar el espasmo.
Fue bastante difícil aprender a convivir con este nuevo complemento en mi vestuario.
Con el correr del tiempo y con la seguridad de que nada se iba a romper comenzé a acostumbrarme. Hasta que un día noté que el hilo se convirtió en una cinta y luego esa cinta en una faja con una anchura bastante amplia. Y ya no me dolió más.
Ahora está así. Una faja que sujeta mi pancita un poco más musculosa que antes a la que estoy intentando enseñar a toser, estornudar y reirme un poco como antes.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Fiiílinssss, uou, uou, uou, fiiiilins


Hay un mito urbano que circula por doquier en el cual se dice que una persona a la que le  amputaron una pierna asegura que de vez en cuando le pica el dedo gordo fantasma. No es un mito. Es una realidad.

Yo no tengo ningún miembro amputado. Tengo una insensibilidad total desde más o menos donde comienza el ombligo y baja hasta el sur plantar. No dejo de tener sensaciones.  Si bien no son picazones del dedo algunas pueden llegar a tener que ver con sensaciones de esfínter a punto de estallar que no dejarían de preocupar a cualquiera en una situación de normalidad. Y estas pueden durar horas.  Otras veces también tengo la sensación de frío que me recorre por toda la pierna y es como si se me pusiera la piel de gallina. Qué se yo…

Otro síntoma raro. Movimientos que hago algunas veces provocados y otras involuntarios. Los espasmos. Si toco en el punto exacto y dependiendo de la postura, soy capaz de flexionar cualquiera de las dos piernas dejando con la boca abierta a cualquiera que sepa que no muevo voluntariamente las piernas.
Estos síntomas y otros (mareos, cefaleas raras, flashes de brillantes lucecitas y varios etcéteras más), cada vez que se los planteaba a los médicos siempre obtenía la misma respuesta: “son motivados por la lesión”. Respuesta evidente que traducida vendría a ser algo así como “bienvenido al mundo de las lesiones medulares, aguantate y jodete”

Recuerdo que el principio de solución a mis problemas de sensibilidad me la dio un cura. Un día charlábamos con William, un misionero jesuita que siempre andaba por el hospital, sobre la importancia o no de hacerle caso a lo que sentíamos. Yo creo que en ese momento él me hablaba de su relación con Dios pero unos minutos después de acabada la charla hice la siguiente traslación lógica: “si tengo unas irrefrenables ganas de mear y en realidad no siento mi vejiga de ninguna manera, quiere decir que no me estoy meando. Tengo que descartar la sensación de mi cabeza e ignorarla”. Aplicar este descubrimiento me valió el relacionarme de una forma mucho más satisfactoria con “las nuevas sensaciones” de “mis viejas realidades”.

sábado, 3 de diciembre de 2011

4 de abril


La mañana empezaba fresquita y decidí irme con la camisa que tanto me gustaba y con la campera de jean negro. Me acuerdo mucho de ese abrigo porque fue la primera vez que me compraba una campera de jean.
Todo fue normal, como esperábamos. La reunión, inusualmente, tardó un poco menos. Llegaría a tiempo para comer en casa.

Después de acercarme hasta el coche en la gasolinera de Cazalegas, me dispuse rumbo a Madrigal. Ese día y a pesar de ser lunes, me sentía bastante cansado. En esa época era bastante normal sentirme así. Aunque durmiese bien, me sentía cansado.

Lo siguiente que recuerdo es haber estar metido en un remolino de polvo y tierra con la inusual presencia del airbag frente a mis ojos. Mirá vos, ya me estaba preguntando si funcionarían y aquí estaban!.
Alguien me preguntó si podía salir y creo haberle respondido que no. Que no sentía las piernas. Estaba tranquilo y me quedé así, recostado boca arriba.

Ya estaba oscuro y desde la distancia reconocí la voz de Jonatan dándome ánimos. Levanté el pulgar para agradecerle.

Algunas voces femeninas que hablaban despreocupadamente me despertaron. Dije algo para que supieran que estaba bien, pero no recuerdo qué. El movimiento, las luces, la camilla, los aparatitos hacían innecesaria cualquier pregunta. Estaba en una ambulancia.

No tenía dolores (nunca los tuve). Sabía que algo había pasado pero estaba en calma, con tranquilidad, en paz. No movía las piernas pero tampoco tenía ganas ni necesidad de hacerlo. Suponía que estaba sedado.

Tac – tac – tac. Tuc – tuc – tuc!. El ruido me despertó y me ubicó. Nunca lo había pasado pero estaba seguro que ese túnel era el del aparato de resonancia magnética y no el de la famosa luz al final.

Después lo vi. Estaba parado a los pies de mi cama. Era un hombre relativamente joven con pelo y barba marrones. Era Dios entonces!? Habló directamente y sin medias tintas. Dijo que tenía una lesión: “… y no va a volver caminar”.  Y es irreversible? , pregunté con la seguridad ya de saber que se trataba de un médico. La contestación fue muy segura y no dejó lugar a duda y esperanza alguna.

Ahí estaba Luis de un lado. Pero fue el otro el que atrajo mi absoluta atención. Los ojos azules más bonitos que jamás había visto en mi vida y que ya me habían cautivado en su momento. Agradecí muchísimo que estuviesen ahí. Estaban llorosos pero llenos de amor.

Esto es lo que recuerdo del accidente.

Después supe más detalles. Que me quedé dormido. Que me fui de la carretera, golpeé un cartel y di tres vueltas de campana frontales. Que el coche quedó para chatarra. Que quien me ayudó en los primeros momentos era amigo de Alejandro y fue él quien me vió dar las volteretas  y llamó a la asistencia. Que me quebré alguna costilla y más detalles que acepto como parte de la historia.

No sé muy bien por qué pero estoy agradecido que todo haya ocurrido así y no de otra manera.  

viernes, 2 de diciembre de 2011

A manera de comienzo

Cuando era chico veía las sillas de ruedas como aparatos metálicos, cromados y llenos de misterio. Sabía que servían para que los "paralíticos" pudieran desplazarse. No podía imaginarme a un "enfermo" sin su silla. En la cama, en el baño y en cualquier otra situación. Me daban un poco de resquemor y las relacionaba inexorablemente con la palabra poliomielitis.

Cuando crecí ya no las vi mas.

Ahora las veo de distinta manera. Lógicamente.
Muchos compañeros en el Hospital me las hacían ver como si fueran un coche. Deportivas, de carbono, de titanio. Con lucecitas. Con ruedas de equis cantidad de rayos. Marcas y distintos modelos.
También la visión del personal técnico. Bajas, con eje atrasado para más estabilidad. Anchura suficiente como para no generar escaras.

En realidad y ahora que lo pienso, todavía no se muy bien cómo las veo. Si como una silla o en realidad es un sillón. Si es un medio o un fin. Si tiene que ser activa o pasiva. Si algo aparatoso para tener estabilidad o algo pequeño para tener más movilidad.
Debo reconocer que yo no me doy cuenta pero su uso causa cierto efecto en los demás. Disfruto de cierta impunidad cuando voy por la calle. La gente se aparta para no molestar.

Los nenitos me miran y pienso que quizá se imaginan que tengo poliomielitis y que me acuesto con la silla puesta. Los perros la ignoran. Los gatos se asustan cuando paso velozmente cerca de sus colas. Algunas mujeres me miran más que antes. Los mayores paran su marcha para dejar paso al pobrecito. Alguna vieja se santiguó velozmente cuando me cruzó. Los hombres no se... no suelo prestarles demasiada atención.


Hoy por hoy todavía no me acostumbro totalmente a usarla (hace poco de la lesión). Soy un poco torpe cuando tengo que hacer las transferencias. Me cuesta un poco subir cordones (bordillos) y otros accidentes geográficos urbanos. El primer día que me sentaron me emocioné. No por la resignación. La vi como compañera de destino y me reconcilié inmediatamente con ella.