Coincidíamos casi todas las semanas en el despacho de la Dra. María Ángeles Pozuelo, responsable del área de psicología clínica del hospital. La excusa eran las charlas sobre sexualidad. Tema que nos preocupaba realmente. Muchos no sabíamos a qué atenernos y cómo enfrentar una realidad que a todos los lesionados no nos toca de igual forma.
A veces se invitaba a nuestras parejas. Había temas en común que así lo requería. Otras solamente a los afectados. En nuestro grupo no había mujeres lesionadas que hubieran podido aportar más información y otros puntos de vista. Luego cuando se formaba otro grupo más heterogéneo la doctora nos juntaba para enriquecer. Muchas reuniones ese despacho parecía un parking con overbooking. Sillas grandes, eléctricas, parapléjicos, tetrapléjicos, bastones, sistemas de respiración asistida y demás conglomerado de gente con sus realidades que buscaba profundizar en las "artes amatorias".
María Ángeles nos daba datos, bibliografía, charlas, vídeos y mucho material sobre cómo los lesionados medulares podían seguir desarrollando su sexualidad. Hasta alguna vez uno de nosotros se atrevió a iniciarnos en el conocimiento del sexo tántrico. Era mucha la diversidad de edades y situaciones. También era muy rico compartir con gente que tenía otra nacionalidad y otra cultura. Creo que a muchos nos dio un nuevo horizonte de crecimiento y a otros les dio razones para pensar que el sexo era incompleto incluso antes de la lesión.
Antes mencionaba la palabra excusa. Y creo que era así. También nosotros aprovechábamos para intentar aclarar un mundo de dudas que al compartirlas nos revelaba que no estábamos solos. No había otro espacio similar para juntarnos de esa forma y compartir. Dolores, síntomas, cómo hacer, a quién recurrir, muchas dudas.
La doctora nos daba también información de otras experiencias. De gente que ya hacía años que había superado los mismos interrogantes que nosotros nos hacíamos ahora. Nos contaba casos que relativizaban nuestro pánico y nos ayudaba para enfrentar el nuestro. En los jardines, en los bares, en los pasillos, las rampas y hasta en el gimnasio nos encontrábamos y charlábamos los lesionados. Pero este lugar era el único donde existía una contención que no solo nos protegía de las distracciones y ayudaba por la privacidad sino que también nos sentíamos conducidos profesionalmente.