Hace unos días viajábamos con Clau con el coche, y ella me
revelaba algunas cosas de las que no recordaba en absoluto de los tiempos del
accidente.
Me contó, por ejemplo, que estuve unos cinco días en terapia
intensiva (Unidad de Cuidados Intensivos). Me relató las veces que entró acompañada
de familiares y amigos. Yo no lo recordaba. Si registré su presencia y la de
las personas pero como una única visita hecha en la planta común y no rodeado
de aparatos y entubado. Era imposible para mí recordar esos días.
Con la sorpresa mutua, ella de saber que yo no sabía y yo de
enterarme de nuevos detalles del accidente, seguimos el viaje en silencio.
Inmediatamente comencé a pensar en las últimas veces “antes
de”. Y no solo el aspecto formal de la pregunta, sino también la sensación que
tuve cuando lo hice.
Cuándo fue la última vez que caminé? Y la última vez que sentí
los pulmones llenándose de aire de pie, frente al mar? Cuándo fue la última vez
que sentí fluir mi genitalidad? En qué momento dejé de sentir frío en las
piernas? Una piedra en el zapato… cuándo fue la última?
Cada vez que me hago estas preguntas algunas veces tengo
respuesta y la mayoría de las veces no. Aún con la ayuda de Clau, me es difícil
recordar la sensación que tuve la “última vez que”.
Es como haber muerto y poder contarlo. Sí, es realmente
haber muerto para ciertas cosas y tener la capacidad de contarlo.
Inmediatamente la reacción es la de pensar en el tiempo
desaprovechado, lo poco que disfrutaba. “Tendría que haberlo vivido de otra
forma”, razono. Claro, si hubiera sabido lo habría hecho de otra forma, me
digo. No debería haber perdido el tiempo. Y muchos más etcéteras de este tipo.
Hay muchas frases comunes que hablan de estos pensamientos. Frases profundas e
inteligentes dichas por gente interesante. Frases para los posters y mensajes
para publicar en redes sociales.
Pero no sirve. No nos
sirve a los que acabamos de “morir”.
Bueno, en cierta medida estos pensamientos sirven, pero para guardarlos y recuperarlos de vez en cuando con una sonrisa. Pero no sirven para seguir
viviendo (es tontería vivir con el miedo a la represalia). No sirven para seguir creciendo. No sirven para avanzar. Esto debería
ocupar poco espacio y poco tiempo de nuestro interés.
Nosotros estamos llamados
a ocuparnos de otras cosas. Deberíamos aprender a nacer con y desde nuestra nueva
realidad, con nuestra nueva mentalidad. Por supuesto que inexorablemente con nuestro nuevo
cuerpo, con nuestra nueva forma de interactuar con los objetos y con nuestra
nueva percepción de las cosas.