Muy respetuoso y cuidadoso de las formas. Intentaba siempre no llamar la atención y pasar desapercibido. De fácil risa cuando apenas percibía el chiste. Una de estas bromas derivó en el apodo que le puse. Para mí, era “El Sabandija”. Sin embargo en sus palabras dejaba traslucir la tristeza que le causaba todo lo que había vivido. Y así hablando un poco, riéndonos varias veces, me contó su último desencuentro amoroso.
Ella era una chica muy joven, mucho más joven que él y muy guapa, según la describía. La conoció por un amigo en común. Ella desde el principio quiso ser su amiga. Pero no quería que sus padres se enterasen que su amigo tenía los problemas que tenía. Era una relación en secreto.
Compartían momentos, paseos y salidas. Aunque eran muy pocas. No solo por la intimidad que necesitaban. Ella no trabajaba y él aunque era dueño de su casa cobraba una ayuda muy inferior a la que necesita cualquier persona para sentirse como tal. Buscó siempre trabajo pero sin lograrlo. No quise averiguar mucho pero entiendo que esa ayuda económica que le daba el Estado fue un logro administrativo y económico muy importante para su vida. Lo mismo que su casa. Estaba muy orgulloso de ser el amo y señor de un piso pequeñito pero adaptado de tal forma que se sentía muy cómodo viviendo ahí. “El día que vengas a visitarme, verás qué guay es mi casa. Todos los muebles a mi alcance. Parece la casita de Pinypón. Eso si, tu dormirás en la cama grande. La que tiene el mejor colchón y sube y se baja.”
Ella ya había conocido su colchón.

Uno de esos días una vecina la vio entrar en la casita como casi todos los días, pero esta vez no llegaba sola. Esta señora, que no sólo sabía la condición de mi amigo sino también el número de teléfono de su familia, no dudó en llamar a su hermano. Vivía en Madrid y tuvo que viajar hacia el sur, hasta el mar.
Viajó, llegó y tardó nada en abrir la puerta de la casa de su hermano. La encontró a ella con el otro y una escenografía de desorden y devastación de alacenas. Le pidió la llave y luego los echó.
Mi amigo nunca la volvió a ver. Mientras seguía ingresado se intercambiaron eSeMeeSes, en los cuales se quiso saber y se quiso explicar. Ella juraba sin convicción y él le perdonó el coste de la bombona de butano y las provisiones que consumió. Pero nada más.
Cuando me contó su historia no se lo veía muy afectado. Para él, el amor se resumía a estas cosas. Toda su vida amorosa había sido una sucesión de decepciones, intentos infructuosos, confusiones, engaños, pérdidas. Hasta alguna vez intentó ligar con una chica que lo miró un poco más de la cuenta y ella a la segunda frase ya le había dicho su precio. “Era muy caro”, me dijo decepcionado. Estoy seguro que de otro modo, lo hubiese pagado. E inclusive, más. Pero no por sexo, lo haría por un poco de amor.