domingo, 29 de enero de 2012

¿Vamos al de afuera?


Siempre a las cinco de la tarde. Era la hora en que me preparaba. Si hacía la siesta, entre las cuatro y media pasaban a tomar la temperatura y de alguna forma u otra me despertaba. Pero a las cinco comenzaba a vestirme para salir.

El colectivo (autobús) que traía a Clau llegaba entre las 17:20 y 17:30. Intentaba esperarla en la puerta. Si hacía calor, me quedaba dentro disfrutando el aire acondicionado. Pero había días en que la brazuca venía caminando. Entonces o me encontraba vistiendo o apurando la merienda.
Pero ese momento era el que más esperaba en todo el día. Venía Clau.

Desde que llegamos a España, nunca nos gustó mucho ir de bares como se acostumbra aquí. Siempre preferimos nuestra “soledad” de a dos que encontrarnos con gente en los bares e ir de tapas. No es que no nos guste la amistad con la gente. Todo lo contrario. Preferimos desarrollarla de otras formas. Nuestros amigos lo entienden así y lo respetan. Pero en el Hospital siempre aprovechábamos para ir al “barcito de afuera”. Así lo llamábamos. Un barcito con un espacio cerrado y con muchas mesas dispuestas en un espacio muy bonito. Lleno de árboles.


El día que llegué a Parapléjicos veíamos desde la ambulancia cómo toda la gente, en silla de ruedas y a pie, estaba desperdigada en un jardín precioso que rodeaba a un bar justo frente a la entrada. Dentro del complejo hospitalario. Clau me animaba invitándome a imaginar el momento en que podríamos tomarnos un cafecito ahí. Yo me emocionaba y sonreía pensando en esa imagen.

Existe un bar en el interior del hospital que también es un restaurante. En varios lugares del edificio también hay máquinas expendedoras de bebidas, golosinas y snacks. Pero, por el espacio y el entorno el preferido es el “barcito de afuera”. Íbamos todos los días. A veces tomábamos algo. Una gaseosa (refresco), un café, un granizado de limón, una sin, a veces nada. Pero siempre Clau pedía su botellita de agua. Claro, después de fumar necesitaba tomar agua.

En lo que es la ley antitabaco vigente en España, hay una disposición que establece que los fumadores no pueden hacerlo a menos de 100 mts. de hospitales y de ciertos lugares públicos. En la parte exterior del bar se cumplía esa dichosa distancia de veda. Por ese motivo estaba pintada una raya blanca que delimitaba la zona de prohibición. Muchas mesas estaban dispuestas de tal modo que uno se podía sentar de un lado y el acompañante del otro de la raya. Todos contentos.

Ahí pasábamos algunas horas charlando. Compartiendo las novedades de casa, cómo iban los trámites, qué haríamos en el futuro y mis avances “rehabilitatorios” entre otras tantas cosas. Tomábamos decisiones. Volvíamos a replantear cosas. A veces llorábamos y la mayoría nos reíamos para compensar un poco. Hacíamos otras cosas, pero ese va a ser motivo de otro post (no sean mal pensados, eh?). Saludábamos a amigos. Veíamos como muchos juntaban mesas. Algunos porque les gustaba hacer corrillos entre compañeros y acompañantes. A veces, eran enormes. Otros, porque venía toda la familia a visitar a algún compañero. Y cuando digo toda la familia me refiero a TODA la familia.

Pocas veces compartíamos mesa con alguien. No por desintegrados, simplemente porque nos gustaba nuestra soledad.

Pasado un tiempo, nos íbamos a caminar o íbamos a mi habitación. Pero siempre el barcito estaba muy concurrido hasta altas horas de la noche. Me invitaron varias veces pero no participé en ninguna, tampoco tuve la mía, pero la mayoría de la gente organiza ahí “despedidas” cuando llega la hora del alta.

La época en la que estuvimos coincidió con un tórrido verano. Siempre el tiempo era bueno, soleado e idóneo para estar a la sombra y la frescura de los arbolitos del bar de afuera.

jueves, 26 de enero de 2012

En la línea de fuego 2


Recuerdos de la fauna hospitalaria. Auxiliares, celadores, enfermeros, administrativos.

Estaba la que cantaba con su voz de soprano ni bien entraba a la habitación. La galleguita dulce y simpática que siempre estaba contenta. El que cuando entraba, le decía a mi compañero y para que yo lo escuchara. “Tú, eres mi ojito derecho (mi preferido). No tú” y me miraba sobrado. El mismo que se abrazaba a la enfermera declarándose mutuamente amor eterno a todas voces pretendiendo que no había testigos. La misma enfermera que me contaba entristecida cómo le habían matado (algún vecino celoso), a su pastor alemán. Otra que no saludaba. Estaba la que entraba con una sonrisa y decía “¿Adivinen quién vino? Blandiendo supositorios o enemas. O la enfermera que tenía muchas dificultades con un nietito internado y sin embargo nunca, pero nunca, le faltó el buen humor, la dulzura o la sonrisa para atender a los que sabíamos su situación como a los que no.

Eran épocas de comenzar a independizarme. Ayuda por aquí, supervisión por allá, tabla si, tabla no. La cosa es que una tarde Manuel, un celador, me dice “tengo un regalo para ti”. Al rato “tengo algo que te va a ayudar para que puedas hacer las transferencias” y me da una tablita de madera de pino de 10 x 15 y un alto de 1 cm. Era obvio que el hombre había hecho algún trabajito en casa y se acordó de mí. Se tomó la molestia de llevarme la tablita y con una sonrisa, que aún tengo presente, me la regaló como broma. Fue precioso.

Una tarde no me quedó otra opción que llamar. El olor era un signo claro y contundente. Llegó el celador. “Hola, José, mirá creo que me cagué”. El hombre, con profesionalidad y experiencia, se acerca para verificar y constata. “Si, esperá un ratito que ya te limpiamos”. No termina de salir de la habitación y grita por el pasillo “!A ver… Juana, Pepa que Horacio está sucio. Traed sábanas y toallas porque es completa y abundante…!”
Mi vergüenza no acababa nunca. Empezó desde que anunció por los “altoparlantes” hasta que vinieron no solo Juana y Pepa sino que dos celadores más para ayudar a darme vueltas de aquí para allá para que pudieran cambiar toda la ropa.
Cuando, ya terminada la tarea, agradecí a todos y dije a José “la próxima vez, si querés, bajás a planta y en el tablón de anuncios ponés HORACIO SE CAGÓ y hay más posibilidades que se entere todo el mundo sin necesidad de gritar”. Los celadores que lo acompañaban no aguantaron la risa. “No Horacio yo no grité, ni dije nada de nada… te estás equivocando!”. Mi compañero de habitación, que hasta ese momento, también reía corroboró lo que yo había dicho. Se fueron los tres. Nos quedamos los dos. Yo seguía, ahora enojado, criticando su actitud y mi compañero que no solo había aguantado olores, ahora me aguantaba las críticas. Por lo menos me acompañaba asintiendo.
A la hora o un rato después, vuelve a entrar el celador y se dirige a mi muy serio “Horacio, te pido disculpas por lo que hice. No me di cuenta. Lo siento”. Por supuesto que no solo se las acepté. Le agradecí que hubiera hecho lo que hizo. Me desarmó totalmente.

Nos tomaban la temperatura dos veces (o más) por día con un aparatito con el que apuntaban a tu frente y a la distancia, te medía. Alguna te decía “!Arriba las manos!” y obedecías sonriendo. Entraban a veces cuando estabas durmiendo y te despertaban con la luz y con voces. Y otras lo hacían a oscuras y en silencio para no molestarte.

La auxiliar que siempre te animaba a hacer las cosas solo. “Esfuérzate, hombre. No pretendas que siempre te lavemos nosotras tus partes”. La bajita que era tan bajita que no entendías cómo podía ser ¡tan bajita! La que sabía tu nombre. La que era la primera vez que trabajaba y no tenía ni idea de la rutina. La que estaba rebuena y era un placer verla venir pero más placer verla irse. Las que mientras te cambiaban o asistían se comentaban entre ellas que no habían cobrado, o que necesitaban cambiar un día con alguien, o se quejaban de un compañero, o lo bueno que estaba el enfermero que había venido a hacer una suplencia. Las que siempre entraban y preguntaban “¿Necesitas ayuda para algo?”. Las pacientes que daban de comer a los que no podían intercambiando charlas para animarlos.

Los brutos más brutos que un gallego bruto (perdón por la expresión, los argentinos me entenderán). Los cultos. Los que recitaban a Góngora en medio del pasillo. Los que te cantaban canciones de Quilapayún y extendían el brazo izquierdo.

Las que no decían nada. Las que tenían unos ojos tan bonitos que hasta Clau quedaba celosa con verla. Estaba la que te la cruzabas por donde fuera y te decía “Hola joven”. Y también el que sabía mi origen y me saludaba siempre con “Hola pibbbbbe”. Así, resaltando la letra be todo lo que podía y con un acento que pretendía ser el argentino. Otros varios que me decían “!Qué bueno que viniste!” riéndose a panza suelta y yo no entendía el por qué. Alguna vez me explicaron que en la tele había un personaje argentino que decía esa frase y automáticamente todo el mundo la relaciona con un compatriota.

Los que entraban a la habitación repentinamente y decían cosas como “hola”, “uy”, “ustedes no.”, “perdón”. Cerraban rápidamente la puerta y se iban. Se notaba que se equivocaban de habitación. Había alguno que no decía nada cuando lo hacía.

No voy a dar nombres reales por dos motivos. Uno es que de algunos no me acuerdo el verdadero y no sería justo nombrar solamente a quien sí. Y el segundo porque son gente como cualquiera de nosotros con errores y aciertos. Por eso prefiero juntarlos a todos como un todo. Un todo que me hizo bien. Como un todo que me ayudó y cumplió con creces su objetivo. Un todo a los que agradezco y abrazo a uno por uno por lo que hizo por mi.

miércoles, 25 de enero de 2012

¿Qué se va a servir el señor?


Los primeros días eran novedades continuas. 
Una sorpresa fue una mañana recibir a una auxiliar que con un papel y lapicera (boli) me preguntaba, “bueno Horacio, a ver, ¿qué quieres desayunar?”. Y me daba opciones “hay leche, colacao (chocolatada), café, café con leche, descafeinado, té, yogur o zumo (jugo) de frutas”. Y luego enumeraba “y para comer ¿prefieres, galletas, biscotes (tostaditas) con mantequilla (manteca) y mermelada, bollería (una especie de facturas industriales HORRIBLES), pan o frutas?

Después de la elección venía el desglose de opciones para el almuerzo. Podías elegir tres opciones de primer plato, tres opciones para el segundo plato y varias opciones para el postre. Aquí ya comenzaba a embarrarse la velocidad de elección porque había elecciones difíciles para un argentino transculturado. Entonces preguntabas qué era ese bendito “fogonero”, o cómo eran esos “huevos estrellados” o la “sopa castellana”. Porque en general, la sopa en España, no siempre es la misma que la sopa a la que estaba acostumbrado a tomar en Argentina.

La elección continuaba con la merienda donde las opciones eran exactamente las mismas que en el desayuno.

Luego pasábamos a la cena. Tres primeros, tres segundos, varias opciones de postres. Siempre distintos a los del almuerzo.

Y me reía cuando me preguntaba por la “recena”. Un vaso de leche o de jugo de frutas que por lo general ayudaba a tomar la medicación nocturna. No venía en la bandeja. Las que lo repartían eran enfermeras y auxiliares. Pasaban con un carrito por las habitaciones a eso de las 23:00 hs. Como era una opción que, aparentemente no tenía que ver con la cocina, te preguntaban qué querías. “¿Leche o zumo?”. Recena, lo llamaban ¡¿mirá vos?!

A la mañana, después del aseo, serían las 8:30 venía una bandeja cubierta. Cuál era mi sorpresa en encontrar que venía exactamente lo que había pedido.

Lo mismo al mediodía. A eso de las 13:00, venía otra vez la auxiliar con la bandeja cubierta. ¡Y seguía viniendo todo correcto!

A las 16:30, y después de despertarte de la siesta para tomarte la temperatura, la merienda.

Y a las 20:30 la cena.

Todas las comidas, al venir en esa bandeja de plástico con tapa, venían calentitas. La bandeja era muy aparatosa pero no pesada. En un costado había un impreso donde estaban el nombre del paciente y en forma codificada, lo solicitado. Tenía un hueco donde se ubicaban perfectamente los platos, tazas y demás complementos. Todos aquellos platos que llevaban caldos o salsas, venían perfectos y sin derramarse. Siempre con una pequeña hogaza de pan, cubiertos y aderezos.

No había comidas muy elaboradas. No había menúes de grandes restaurantes. Pero nunca me hubiera imaginado que en un hospital público éste fuese tan variado y con platos hechos con tanta imaginación. Se notaba la variedad, no solo de gustos, sino por las características de los alimentos. 

Algunos platos se repetían, pero era de agradecer. Además resumía, por la variedad que había, una particular dedicación y hasta me atrevería a decir amor, cuando se realizaban. Tanto en pensarlos por los nutricionistas, en prepararlos por los cocineros y en entregarlos por las camareras. Estas últimas traían todas las bandejas apiladas en unos carros. Llegaban a la planta y en la puerta del comedor tocaban un timbre para que las auxiliares supiesen que ya podían repartir bandejas.

Sin embargo había gente que se quejaba. No les gustaba cómo estaba hecho. Se quejaba. Creo que era el mayor motivo de queja de algunos pacientes. Y lo hacían saber. “¿A esto llaman Pisto? ¡El Pisto no se hace así!”. ¡Y el Pisto en cuestión estaba buenísimo!

Cuando llegaron los días de ir y venir en silla de ruedas, ya comía en el comedor de mi planta. Mi sorpresa fue más, todavía. No solo ya podía hacer yo mismo el relleno del formulario de la comida (lógicamente, seguía preguntando lo que no conocía), sino que me enseñaron a utilizar una terminal que había en los pasillos de cada planta en donde se podía elegir el menú.

El sistema se llama eComanda. Está desarrollado por el Centro de Innovación en Tecnologías de la Información (CITIs) del Servicio de Salud de Castilla La Mancha (SESCAM).
Esta terminal con el eComanda cargado tenía muchas características novedosas. Entre ellas estaban que acercando tu carnet de paciente del hospital al tablero donde podías apoyar las manos, reconocía tu identidad. Solo acercándolo. Yo siempre llevaba puesto el carnet colgado de la silla de determinada manera que no necesitaba acercarlo. Simplemente por llegar, me reconocía.
Otra característica es que el tablero tenía dos botones. Servían para subir o bajar todo el dispositivo. Es decir, podías hacer el pedido tanto de pie, como sentado y hasta arrodillado (como lo vi hacer alguna vez).

Lo más llamativo era que tenía una pantalla táctil.

El menú se presentaba con las cinco comidas diarias. Y ahora venía algo que a mi me ayudaba mucho y me ahorraba preguntas. La mayoría de las opciones tenían fotos (que podían agrandarse para apreciar mejor) y una breve descripción de los componentes. Toda elección con un dedito. Confirmabas y ¡zás!, ya estaba hecha la elección. Divertido, práctico y muy útil. Y si no querías elegir, el sistema ya estaba preparado con una pre-selección hecha en base a lo que los nutricionistas consideraban lo más equilibrado para cada uno.

El único inconveniente que podía tener el uso de este aparato era la gente mayor que no tenía la más pálida idea de cómo manipular un terminal con estas características. Había personas que se esforzaban, aún con dificultades, en realizar su pedido y demoraban tanto que se hacía cola. Otros, solicitaban nuevamente la ayuda de las abnegadas auxiliares que volvían a demostrar su paciencia con una sonrisa.

lunes, 23 de enero de 2012

Medicina Interna o Asuntos Internos


Pasados unos meses de rehabilitación, yo seguía recibiendo medicación. Todos los días tomaba una pastilla para la espasticidad muscular dos pastillas para la tensión arterial y un protector gástrico. 

Las de la tensión arterial me las habían medicado cuando llegué al Virgen de la Salud porque cuando tuve el accidente me habían detectado tensión alta. La medicación para la espasticidad era compañera de rehabilitación y el protector estomacal… la verdad es que no se para qué lo tomaba.

Yo, por lo general, tengo la tensión bien. Es muy probable que cuando haya tenido el accidente sin querer “queriendo” me haya puesto nervioso y de ahí la tensión alta. Es cierto que cuando me quitaron la vía intravenosa en el Virgen de la Salud tomaba muchas pastillas y creo que venía de ahí el protector. Pero estaba convencido que no necesitaba ingerirlas más.

Cuando le pregunté a la doctora (en ese momento a cargo, no era mi doctora “asignada”) sobre el por qué de las pastillas de la tensión y el protector estomacal me dio dos respuestas. Una porque ya venía con esa medicación del Virgen de la Salud. La otra, con una sonrisa, fue una repregunta "¿No tiene ahora bien la tensión y no anda bien del estómago?"

Respuesta inmediata: “Si yo tengo un dolor de cabeza porque un día me golpeo un dedo con el martillo, tomo una aspirina y se me pasa ¿toda la vida tendré que tomar aspirinas para no tener dolor de cabeza?” La contestación, entre las risas de los dos, fue volver a darme la primera respuesta que obtuve.

Pensé en preguntar si debería volver algún día al Virgen de la Salud para que me quitaran las benditas pastillas para la tensión y el protector. Pero lo dejé pasar porque no tenía más ganas de reírme de bromas.

Lo que no dejé pasar fue la necesidad de dejar de tomar pastillas que presumía que no debería estar tomando.

En esa época, estaba colaborando en un estudio. Le comento esta situación al doctor encargado del estudio. No me dijo nada para no dejar en evidencia a su colega pero me pidió una entrevista a un departamento que desconocía y se llama “Medicina Interna” (dejo link para la Wikipedia que va a explicar mejor que yo de qué se trata). E hizo una pequeña trampita. Pidió la cita argumentando que el tratamiento que estaba tomando podría interferir con la medicación que me suministraba para el estudio.

La doctora que me atendió en Medicina Interna se sonrió cuando me dijo que era muy poco relevante la nueva medicación del estudio. Yo le conté la verdad.

En resumen, después de un control, no tuve que volver a ir al Virgen de la Salud para que me quitaran la medicación que ya hacía tiempo que no necesitaba tomar.

viernes, 20 de enero de 2012

¿Alguna pregunta?


Un día pasó la supervisora de la planta con un fajo de folletos. Pasó por todas las habitaciones y entregó uno a cada uno de los pacientes. Era la invitación a unas charlas formativas sobre educación para la salud. Estaban dirigidas a familiares, pacientes y cuidadores sobre distintos temas relacionados con lesiones medulares. El folleto describía la temática día por día y quién la impartiría. Las organizaba la Jefe de Enfermeras. Por supuesto que no eran obligatorias.

El lugar era muy agradable. Había una reubicación de sillas y daban  lugar a los que asistían con sillas de ruedas. Al frente un escritorio, de fondo una pantalla y al costado un ordenador al que cada vez que llegábamos estaban alimentando para "actuar" con un pendrive. Cada día venía una persona o un grupo de responsables con autoridad en el tema. La organizadora presentaba el argumento del día y a sus expositores. Terminaba la charla y ella la cerraba. Las técnicas de las disertaciones variaban de acuerdo a las características de los que las exponían y por supuesto a lo que requería el contenido. Pero todos coincidían en explicar pantallas de Power Point. Algunos matizando y desarrollando, otros simplemente leyéndolas. Esto último resultaba francamente aburrido. Todas terminaban con la consabida pregunta. “¿Alguien tiene alguna duda? ¿Alguien tiene una pregunta?”. Por supuesto que si.

Algunas disertaciones podrían haber sido más puntuales y menos generales. Otras con alguna técnica un poco más participativa. En síntesis, el objetivo era informar y formar en algunos casos pero con la intensidad equiparable a una introducción al tema. Dependía de la audiencia lo demás.

Coincidían todos los que exponían al finalizar, inclusive lo repetía la organizadora, que si a lo largo de la estancia en el Hospital tuviésemos dudas o inseguridades, ellos estarían a disposición para ayudarnos. Fue muy cálida siempre la oferta. 

Lo necesitábamos. Lo agradecimos. Fue muy importante para nosotros. Yo no, pero Clau pudo asistir a todas y cada una de las charlas. No era la solución definitiva a la información que necesitábamos. En algunos casos ni siquiera sabíamos que había cosas que necesitábamos conocer. Pero sí, había sido la puerta de entrada a cómo encarar la vida del lesionado y el entorno más cercano.

Yo pude resolver situaciones concretas de la vida cotidiana sólo por haber seguido algunos parámetros o simplemente los consejos de las charlas.

Lo que más nos llamó la atención fue la escasa, y a veces casi nula, participación de la gente. Familiares y cuidadores muy pocos. Pacientes, casi ninguno. A veces eran más los expositores que la audición. No se si la difusión fue la correcta. No se si estas charlas se encaran como una rutina. O simplemente a la mayoría no le interesa. Particularmente no lo entiendo.

Fue muy llamativo algo que me ocurrió posteriormente. Me estaban haciendo un estudio, no voy a particularizar la rama médica que era. Charlábamos con el doctor sobre la desinformación general del paciente y particularmente sobre la  poca relevancia que se le daba a esta área concreta. Yo le comento que en estas charlas se hablaba de su trabajo y la importancia sobre todo en lo que respecta al diagnóstico en la lesión medular. Él, que era uno de los que llevaban adelante esta división, no sabía la existencia de este curso y menos del contenido sobre qué es lo que se decía ahí. Me pareció muy llamativo.

De todas formas, creo que estas charlas son fundamentales para el lesionado y para su entorno. No se si la palabra es obligatoriedad pero deberían, por lo menos, estar incluidas en el proceso de la rehabilitación de una u otra forma.

miércoles, 18 de enero de 2012

Dr. Moe, Dr. Curly, Dr. Larry...


Hay un capítulo en el que los tres chiflados, por uno un otro motivo debían disfrazarse de médicos y por los altavoces una voz femenina los reclamaba insistentemente. Los necesitaban sin ser médicos y sin saber que estaban ahí. Ellos, velozmente, corrían por todos los pasillos para acudir a salvar a ningún paciente.

Los médicos del Hospital de Parapléjicos tienen un criterio general pero es evidente que la acción directa depende de cada uno. Tienen que llenar una base de datos periódicamente con los datos de las evoluciones. 
El trato con el paciente es periódico. Y según los casos, necesitan asistirlos todos los días. Evidentemente hay acciones que hay que tomar diariamente y otras, que se corresponden a procesos menos urgentes, con más espacio de tiempo.

Hay médicos que trabajan con la estadística. ¿Cuánto tiempo hace que está internado el paciente? ¿Qué actividad está haciendo el paciente en el gimnasio? ¿Ya ha salido el fin de semana a su casa? Estas preguntas, aunque pueden parecer tontas, son típicas para saber la evolución para algunos. Y en ciertos casos determinan la fecha del alta.

Uno cuando llega al hospital no sabe nada. No tiene ni idea de lo que significa una lesión medular. Ni siquiera sabe a qué atenerse. 

En mi caso sabía que no iba a caminar. Pero mucho más no. Ni siquiera cómo tendrían que ser mis evacuaciones. En un momento determinado del proceso de rehabilitación se hace un estudio para saber y determinar las características del sistema urinario. De ese estudio se establece cómo y cuándo debería evacuar la orina. Mi compañero de habitación de ese entonces me decía que había que darse golpecitos en determinado lugar de la panza (tripa) para poder orinar y que no sabía por qué todavía no me lo habían enseñado a hacer. Evidentemente mis dudas crecían por la cantidad de metainformación que estaba recibiendo.

Una vez realizado el estudio, el urólogo responsable me dice que el informe y la evaluación me los daría la doctora de cabecera. Al otro día le pregunto a la doctora a cargo, en ese momento, y me contesta  preguntándome si el urólogo no me dió el resultado. Me dice que va a revisar todo y me lo comenta.
Pasados un par de días, y sin novedad, estaba haciendo bipedestación en el gimnasio. Pasa la doctora. Me saluda y se vuelve como recordando algo. “Ah, Novello, estuve viendo su estudio. Está todo perfecto”. Se sonrió y siguió su camino muy contenta.
Yo no sabía qué pensar ni qué hacer. Todas las dudas que tenía las seguía teniendo pero ahora con la tranquilidad que en mi sistema urinario estaba “todo perfecto”.

Evidentemente pedí hablar con la doctora que “ahora no está” y pasó otro día en el que “la doctora no vino” y esperaría a la doctora “que estaba de guardia”. Quien estaba de guardia tuvo la amabilidad de tomarse todo el tiempo del mundo para explicarme lo que debía hacer y cómo. No solo me enseñó, sino que me asesoró. Me condujo a realizar las cosas de una manera y me dejó elegir lo que podía elegir.

Nuestra información dependía de las características del médico según nos tocara.

Personalmente a veces me dirigía a quien no estaba a mi cargo cuando quería profundidad en la respuesta.

Los síntomas nuevos, raros, situaciones extrañas. Sudoración solo de una pierna, ardores donde no debería haber sensibilidad. Lucecitas brillantes relampagueando por todos lados. Frío cuando antes había calor sofocante. Mareos incomprensibles. Situaciones que nos llamaban la atención eran simplemente “síntomas de la lesión”. “Es por la lesión”, nos decían. Y a veces eran las enfermeras que servían de filtro con estas respuestas. Una vez tuve un dolor muy fuerte, eléctrico, en la muñeca cuando estaba haciendo una transferencia. Era la época en que tuve problemas en mis hombros (ver post "Benditas pesas azules"). "Si quiere le hacemos un estudio, pero mire que es doloroso..." fue el comentario que me hizo una doctora y siguió su andar por el pasillo. No me hice ningún estudio y el dolor se fue con el tiempo.

Situaciones como éstas sucedieron muchas veces. No solo conmigo, con otros compañeros también. Lógicamente, será así en todos los casos.

La base de datos funciona. Cualquier médico puede hacerse cargo del tema. Pero entiendo que los internados no debemos resignarnos a la función de la maquinaria. A veces uno se siente un poco huérfano de información y necesitado de contención. “Es porque a los argentinos les gusta hablar mucho”, me dijeron en una oportunidad.

domingo, 15 de enero de 2012

Habitaciones Compartidas 3


Hubo momentos en los que no tuve compañeros. Por una razón u otra disfruté de la soledad de la habitación. Digo disfruté porque soy una persona que le gusta de la soledad. La compañía puede ser muy buena porque uno aprende y conoce gente. Pero yo muy feliz con mi soledad.
Nunca tuve ningún incidente ni mala experiencia con mis compañeros de habitación salvo el que conté en el post Habitaciones Compartidas 1.

Recuerdo dos o tres más compañeros y cuando los recuerdo siempre vienen a la memoria las situaciones más amables.

Pavel un señor rumano que no hablaba muy bien el castellano. Un día traen su mesita y su armario. “Tienes un compañero nuevo, es independiente. Viene de una habitación donde no lo dejan dormir. Pero él no se queja”. La primera noche conmigo despertó muy contento porque pudo dormir de corrido. Todo comentario de los médicos, toda observación de las enfermeras ni bien se iban, él decía “todo tontería”. Era muy callado y respetuoso. Cualquier observación la repetía dos veces. “Buenos días, buenos días”. A la medicación la llamaba “pastelitas”. “Ahora toca las pastelitas, pastelitas”. A todo decía que sí. Muchas veces tuve que traducir a los enfermeros lo que quería decir. No porque yo supiese rumano, sino porque había escuchado al médico o el auxiliar instruyéndolo o diagnosticándole. Creo que no entendía nada de nada. Y, por supuesto, cuando se iban, me decía: “todo tontería, todo tontería”. Era muy amigo de las pelis de vaqueros. Las mismas que mi anterior compañero. Tontería, tontería.
Hasta que se fue porque debían quitarle la fijación que había rechazado en el Virgen de la Salud.

La soledad solo me duró un par de días.

La auxiliar “Marísula”, me lo presentó y me dijo “vas a tener un compañero excelente”. Jose era un chico joven que había tenido un accidente de tráfico. Había estado ya internado y había hecho ya su rehabilitación. Venía porque por motivos de una fijación en su brazo ahora podía hacer fuerza para poder hacer bipedestación.

Nos saludamos, nos dimos la mano y ya me presentó sus credenciales de experimentado paciente. “Traje un switch, porque en la habitación solo hay una conexión a internet y así la podemos compartir”.
Muy conversador y amigable. Preguntaba sin rodeos. Al segundo día de estar ya sabía muchísimo más que yo de las historias de los demás. No era metido, simplemente por su simpatía y por su forma extrovertida acaparaba información como el que más. Le gustaban las motos y los “fierros”. Era el que sabía de marcas, modelos y prestaciones de todas las sillas de ruedas del mercado.
Era un andaluz muy bueno, pero su novia era la santa. Habían tenido el accidente juntos, pero ella era la que había salido mejor parada. Lo ayudaba en todo. Y cuando digo todo, me refiero a todo.
Nos llevábamos muy bien. El día que volví a “mi planta” después de las vacaciones, nos extrañamos mutuamente.

Cuando llegué, estaba la planta prácticamente vacía. El personal me trataba con mucho afecto. Todos nos acordábamos de todos y nos preguntábamos cómo nos había ido. Ellos disfrutando de las siempre “cortas” vacaciones y yo venía ya siendo independiente. Todos me felicitaban. Se alegraban de verme “funcionando” y haciéndome cargo sin problemas de mi silla y mis rutinas. Me dieron a elegir la habitación y yo me sentí halagado. Elegí una chiquita de dos, lejos de todo el mundo y de todo el ruido. El mes y poco que duró mi vuelta “al barrio” siempre intentaron dejarme solo en la habitación hasta que comenzó a poblarse de pacientes y tuve la pequeña y corta compañía de Armando. 

Un muchacho con muchos años de experiencia con una enfermedad que lo tenía a maltraer y lo fue dejando parapléjico. Venía a ser intervenido por un problema de escaras.
Yo lo conocía. Una vez, estando en el gimnasio y tumbado en una camilla donde me ponían a cierto ángulo de inclinación para volver a acostumbrarme a la verticalidad, yo me mareé. Me disgustaba mucho esta situación. Mi fisio, para darme ánimos, le pidió a un muchacho que estaba en bipedestación que me contara su experiencia. Y él me animó. Era Armando, que venía en forma externa.

Volviendo al tiempo en el que estuve bastante tiempo en mi soledad, una vez fuimos con Clau a una exposición en las que dentro de una bolsa de plástico, con algunas tonterías de merchandising, nos regalaron un globo amarillo.
Acompañando a Wilson en su convalecencia.
Nótese la foto pinchada del corcho que le dejó su familia
Yo lo inflé y lo puse en la cama de al lado simulando una cabeza. Le dibujé una cara. Ahí nació Wilson. El japonés kamikaze que no hablaba. Tenía una familia que le había dejado una foto en su corcho para que la recordara. 
Lo de Wilson era un tributo al amigo imaginario de Tom Hanks en su personaje en “Náufrago” (Cast Away).

Era la risa de enfermeros, auxiliares, médicos y personal que entraban a la habitación. Hasta alguno le tomó la temperatura y se asustó por la respuesta tan negativa del japonés. "¿Venimos a darlo vuelta a Wilson?,  bromeaban los celadores.

Wilson murió repentinamente de un pinchazo justo el día que vino mi nuevo compañero.

jueves, 12 de enero de 2012

Benditas pesas azules


En los primeros tiempos de la rehabilitación, uno quiere hacer todo. Me refiero a esforzarse al máximo y trabajar rápido en lo que respecta al uso de brazos y musculatura del torso. Evidentemente uno va descubriendo que pasa por ahí la cosa. Vamos al gimnasio y comenzamos a realizar ejercicios. Los fisios lo hacen y van enseñando hacer. A veces no sabemos muy bien el objetivo de tal o cual cosa pero cuando uno agarra las pesas, ya sabemos a lo que vamos.

Recuerdo con mucho afecto, los primeros días en los que mi fisio asignada venía a la habitación a “movilizarme”. Piernas que flexionaba una y otra vez. Charlas que ayudaban al por qué de tal o cual movimiento.
Ella se había ofrecido a dejarme en la habitación dos pesas de 3 kgs. cada una para que yo cuando quisiera les diera uso. Las atesoraba en mi mesita de luz. Eran de plástico rellenas de arena y azules. Esa mesita en la que había de todo.  No había espacio para nada más pero ahí, en un rincón dejaba las pesas.
Y las usaba. 

Cuando nos despertaban los saludos del turno de las 8:00 (algunos llegaban media hora antes), yo ya extendía los brazos para llegar hasta las pesas.
Tenía tres rutinas las cuales me encargaba de aumentar en cantidad periódicamente. Y dale que te dale. A veces despertaba a mi compañero que siempre me auguraba una rehabilitación rápida. Una vez que terminaba, aprovechaba a quitarme el sudor ya que venían a higienizarme.

Mi fisio es una chica muy proactiva. Es decir no solo se encargaba de buscar límites a mis capacidades sino que también me dejaba “avanzar” y experimentar solo.
Con lo demás no tanto, pero con las pesas, yo tenía una cierta obsesión. Bíceps, tríceps y deltoides eran como un objetivo a atacar. Eran como una planta a las que había que hacer crecer y crecer. 

Aumentaba el peso de las pesas progresivamente.
Demás está decir que esto no era gratuito. Tenía dolores en los brazos continuamente. Sobre todo a la noche. Soñaba que hacía esfuerzos con los brazos y estos me hacían despertar con las extremidades doloridas. La medicación era un paliativo poco efectivo. Me quejaba poco. Era el precio que debía pagar.

Llegaron las vacaciones de mi fisio y vino una suplente nueva.
En ese momento preciso cambiaba mis pesas de 4 por unas de 5kgs. Y así estuve unos días. 
No aguanté más los dolores y se lo comunqué a la nueva. Esperaba algún tipo de masaje o magia para calmar un poco la cosa.
Ella se preocupó y me preguntó cuánto tiempo hacía que estaba así. Me amonestó la tontería de no hablar.
Era fisioterapeuta. Podía intuir algo de lo que me pasaba pero no tenía autoridad para diagnosticar ni aplicar ninguna acción. Solo suavizar los ejercicios. Esta situación debía comunicarla a mi doctora, me dijo. Debía ser ella quien tenía que actuar.

Mi doctora estaba de vacaciones. En la planta solicito que me venga a ver a la que correspondiera que la suplantara.

¿Qué te ha dicho la doctora? me preguntó la fisio a la mañana siguiente. Le dije que no me vino a ver. Así pasaron dos días. Mientras tanto yo seguía mi actividad “suavizada” tratando de no ser “quejica”. Al tercer día la fisio no dudó en buscar ella misma a la doctora correspondiente que resultó que también se tomó algún día libre. Idas y venidas de vacaciones, suplencias y otros etcéteras relegaron lo que no era urgente y nadie vino a verme. Esta chica logró hablar con otra doctora. Escuchó mi el caso y prometió verme ese mismo día.
Pero nada. Otro día sin asistencia. 

Aunque se parezca mucho, no es mi brazo
Al cuarto, hicimos ejercicios muy débiles. Solo movilidad. Y me dijo que me plantara en la enfermería y esperara. Llegué a la enfermería y comuniqué que hasta que no viniese un médico no me movería de la habitación. Y allí me dirigí.
A la hora llegan a la habitación, una doctora, dos enfermeras y una auxiliar. Me examinó y solicitó hacer ecografía de la zona.

Al otro día, luego del estudio y análisis, me informan que tenía microroturas musculares en los hombros.
Ultrasonido, láser, cremas, medicación, ejercitación leve y tiempo serían necesarios para regenerar la dolencia. Mi rehabilitación sufría una demora totalmente inesperada.

Aprendí varias cosas después de esta situación. Pero lo que más rescaté fue la implicación de la fisio. Ella venía a hacer una suplencia, podía hacer que el tiempo pasase y terminar tranquila su trabajo sin complicaciones. Pero eligió solucionar un problema. Y esto implicó hablar con su jefe, doctores que no le hicieron caso y pararse a corregir esta dificultad administrativa que implicaba que un paciente empeorara su situación. Se expuso e impuso con autoridad respetuosa.

Yo, por supuesto, que se lo agradecí. Hablé con su jefa para resaltar el hecho y ésta me dijo que existía otra vía, si es que quería hacerlo, para resaltar esta actitud.

Lo hice. Escribí una carta de agradecimiento elevada al director.
A los pocos días, la fisio, llegó a mi habitación. Le había llegado una carta con una felicitación de las autoridades por su actuación y mi agradecimiento por ese hecho. 
Me dijo que hizo lo que tenía que hacer y esas cosas. Yo respondí que todos en el hospital trabajaban bien, pero muy pocos se implican a conciencia en su deber y ella lo había hecho. 

Merecía un reconocimiento especial. En estas épocas no es común hacer lo que corresponde hacer.

martes, 10 de enero de 2012

La tabla de la discordia.


Soy una persona que le gusta ser expeditivo cuando hay que resolver una situación. Cuando llegué a Parapléjicos, ya quería estar en la silla. Cuando estuve en la silla ya quería ir a Terapia Ocupacional. Y cuando me dieron de alta en Terapia ¡ya me quería ir a casa!

El tiempo en que duró el proceso de aprendizaje para realizar las transferencias coincidió con el bendito cambio de planta.

Es decir, comencé practicando las transferencias (cama/silla/váter/coche) y las técnicas para vestirme/desvestirme, siempre vigilado por algún responsable. 
Celador o fisioterapeuta siempre estaban ahí. Me corregían, me indicaban lo que estaba mal. Me felicitaban si todo salía bien, pero siempre ahí, sosteniendo la silla que se movía un poco y dándome seguridad.
Pero eso tenía una pequeña dificultad. Cuando era la hora de Terapia, todo bien. Pero en la planta y en las actividades de todo el día, los tenía que llamar. No podía pretender tenerlos a mi verita (al lado) todo el tiempo. Entonces o había que esperar o había que esperar. Ellos sabían para qué los llamabas y lógicamente calculaban y asistían según el nivel de urgencia de los pacientes. Cosa que estaba bien.

Uno también tenía que ayudar.
Cuando terminabas de comer, al mediodía o a la noche, era necesario ir más o menos rapidito para la habitación porque comenzaba la ronda del “acueste”. Esperabas prolijamente en la habitación que pasaran. Algunos utilizaban la grúa. Es muy gracioso ver como te envuelven y atan con sogas para después elevarte y transportarte hasta tu cama.  Cuando terminaba el proceso pedíamos “otra vuelta”, que la ficha era muy corta. Parecía una atracción de parque temático.
Otros, con mucha paciencia,  vigilaban las maniobras del temerario. Y recalco lo de paciencia porque, por miedo, todos nos tomábamos mucho tiempo asegurando posición, cálculo de distancia, fuerza y demás variables para realizar la tarea.

En esta etapa estaba yo cuando me cambiaron de planta.

En la nueva, todo era muy confuso y caótico los primeros días. Enfermeros, auxiliares y celadores se encontraban con pacientes que no conocían. Y viceversa. Habitaciones llenas a tope. Idas y venidas controlando urgencias y solicitudes vanas. Y, cosa que no había tenido en cuenta, costumbres y formas diferentes de encarar situaciones.

Estaba esperando mi vigilancia para pasarme de la cama, cuando me encuentro con una sola  celadora (por lo general asistían dos). Pretendía que hiciese la transferencia de la silla a la cama con la tabla para hacer más rápido y seguro. La tabla es un dispositivo que ayuda a deslizarse muy fácilmente de un lugar a otro. En Terapia Ocupacional, mi fisio, consideraba que yo podía hacer las transferencias sin necesidad de este artilugio. Dada esta disyuntiva, intento explicarle a la celadora que no la necesitaba. Solo necesitaba que me sostuvieran un poco la silla para que no se moviera. A regañadientes esta buena chica accede a mi petición.
Con mala fortuna, en el intento, quedo a mitad de la silla y la cama con el alto riesgo de caerme. Esta chica me sostiene como puede y pide ayuda a gritos. Viene rauda, otra celadora. Y en un acto digno de una gimnasta de elite, salta encima de la cama. Toma mi desnudo trasero con ambas manos y me acercan a la cama entre las dos (este hecho, a la elástica celadora, le valió el apodo de “Marísula, la que le cogió el culo a Horacio”)

Esta situación generó a la primer celadora la seguridad de que jamás realizaría una transferencia sin la tabla. Y así se lo hizo saber a la supervisora.

Cuando la supervisora habla conmigo para comunicarme la decisión. Argumentó que en esa planta las cosas se hacían de esa manera. Dada la situación de casi desborde y desconocimiento de las situaciones particulares de pacientes, no había posibilidad de otra cosa. A partir de ahora todas las transferencias se harían con la tabla.

Era un criterio muy razonable y lógico.

Herido en mi orgullo, argumenté que si en Terapia consideraban que yo no necesitaba dicho elemento, sería un paso atrás para mi rehabilitación comenzar a utilizarla. Lo que había pasado era un simple error de cálculo.

También era una razón de peso.

En consecuencia, y pidiendo la intervención de mi responsable de Terapia, quedamos que ésta revisaría mi condición, supervisando “in situ” los momentos de mis transferencias.
La pobre fisio, vino unos días puntualmente a las 8:00 para vigilar cómo me bajaba de la cama, cómo me subía al váter (inodoro), cómo me duchaba y cómo volvía a la cama para vestirme. Cuando lo consideró oportuno, se reunió con la supervisora y ratificó su decisión de que yo no necesitaba la tabla y sí necesitaba una supervisión provisoria para sostener la silla.

Con el visto bueno de la supervisora, a todas mis transferencias las comencé a hacer con un cuidado extraordinario. Jamás me descuidé un milímetro para no generar otro conflicto. Esto sirvió muchísimo a que al poco tiempo declarasen mi independencia.

Tengo que reconocer que tanto la celadora involucrada como la supervisora y por supuesto mi fisio, pusieron más que buena voluntad para enfrentar la situación y que esto evolucionara como evolucionó. Por supuesto que todo mi reconocimiento y afectuoso agradecimiento.

También a “Marísula”, la que me agarró del culo.

lunes, 9 de enero de 2012

"La Bestia"


En otro post comenté que en épocas de vacaciones cierran algunas plantas para que el personal pudiese descansar. Esto hacía que los pacientes que quedábamos nos repartían entre las plantas activas.
Era 1 de julio, comenzaba la copa América. Primer partido de Argentina. Por la conversión horaria con Buenos Aires, la hora de comienzo del partido sería exactamente las 3 AM. Dadas las características un poco anárquicas de mi compañero supuse que no tendría inconvenientes para ver el partido desde mi portátil. De todas formas le pregunté si tenía algún problema y por supuesto que no obtuve ninguna dificultad.

Armé mi día de tal forma que disfruté de una siestita reparadora y a las 21:00 hs. ya me disponía a dormir. Ya recostado en mi cama a la cual me subí solo supervisado por un celador le avisé que cuando viniesen a darnos vuelta si me veían dormir no me despertasen por favor. A las 22:00hs. vinieron a dar la vuelta a mi compañero. Y a mi me dejaron dormir.

Hasta que a las 24:00hs. unos gritos y las luces, que se encendieron de golpe, me despertaron asustándome y creo que a mi compañero también. Era la gente del otro turno.

“¿Y a ti por qué no te sentaron esta tarde en el váter?”. Me estaba gritando. Traté de explicarle que había hablado con la enfermera de la tarde y habíamos acordado eso. Estaba semidormido y me sentía con culpa. “No puede ser, ya voy a hablar con quien corresponde, esto no puede ser. Son unos vagos”. 
Quien preguntaba y despotricaba contra sus compañeros, yo no sabía quién era. Era la primera vez que lo veía. Se fue gritando y dejándonos desubicados.

Al rato, pedí hablar con esta persona y pregunté cuál era el problema y quién era él. Me respondió que era el enfermero y que el problema no era conmigo sino con la enfermera del turno anterior. Pero yo quedé desubicado. Seguía gritando cuando respondía.

A las 2:40 me desperté y comencé a prepararme para ver el partido desde mi notebook y con los auriculares puestos para no despertar a mi compañero.

A las 3:20 vinieron a girarnos. Noté que vino el enfermero también junto con los celadores. También noté que se acercaba y me hablaba. Me quité los auriculares (cascos) y le pedí que me repitiera lo que me acababa de decir porque no lo había escuchado. Me dijo que entendía que tenía los cascos puestos para no molestar pero que, por mi bien, debía dormir. Mi enojo fue tan grande que lo miré lo peor que pude hacerlo y por respeto al sueño de mi compañero no dije nada. Hice un giro brusco con mi brazo (como cuando un argentino dice “andá a cagar”) y seguí mirando el partido.

¿Cómo era posible que una persona entrara a una habitación encendiendo luces y gritando, despertando a todo el mundo a la hora que entró y después se preocupaba por mi descanso?

Cuando al otro día le hacía esta pregunta a la supervisora del piso, a la cual me quejé por este hecho, ella me decía que esta persona era muy buena pero que a veces sus formas no eran muy populares. Me prometió que hablaría con él. Pero me repetía que era muy bueno y que ya lo conocería con el tiempo.

A partir de ése día mi relación nunca fue muy buena con él.

Realmente no pude comprobar con el tiempo su bondad, como me había prometido la supervisora. Más tarde, comentando este hecho con alguien, me dijo con una sonrisa: “Ah, a ése, lo llaman La Bestia. Se ve que era tu primer día en su sala y quiso demostrar quién era el que manda”.

Lo peor fue que todo ese lío ni siquiera justificó el pésimo partido que hizo Argentina. Si por lo menos hubiera ganado…

domingo, 8 de enero de 2012

Biphasic Positive Airway Pressure


Mucha gente me pregunta. Cómo es posible que me quedara dormido cuando tuve el accidente. Era mediodía y yo, por lo general, no tomo alcohol. Menos, cuando estoy en horario de trabajo.
No fue la primera vez que me quedaba adormilado cuando estaba manejando. Siempre tuve suerte. Claudia me lo decía. Debía ir a hacerme el “estudio de los ronquidos”. No solo por el volumen y cantidad del ruido sino porque también parecía que a veces era como que dejaba de respirar, me decía asustada. Dormía las horas que debía dormir pero no descansaba proporcionalmente.

Una vez, estando en el Hospital de Parapléjicos me llevaron a un lugar al que llamaban Medicina Interna. No sé qué estudio debían hacerme. Eran los primeros días y recuerdo que me llevaron con mi cama.
Cuando la gente habla conmigo siempre surge el comentario o la pregunta. De dónde eres. Si argentino o uruguayo. Hasta alguno me preguntó si era canario (de las Islas Canarias).
Ese día, charlando con las doctoras que me estaban atendiendo, inevitablemente surgió el tema de la nacionalidad. Una de ellas me dijo. “Acá hay una doctora que es argentina”. Por supuesto que eso activó mi curiosidad y ganas de conocerla. “Casualmente trabaja por acá, voy a ver si está y te la presento”.

Al rato vino “La Negra Claudia”. Una tipa espectacular. Trabajaba hacía mucho en el Hospital y era de Barrio Norte. Muy pero muy dulce y amable. Cariñosamente me agarró de la mano mientras me preguntaba qué me había pasado. Cuando le terminé de contar me preguntó si yo roncaba mucho cuando dormía. “Ya está”, me dijo. “Ya se lo que te pasó. Te voy a pedir un estudio del sueño. Nos vemos nene, suerte”. Me dio un beso y se fue. Claudia, trabajaba como Neumóloga y efectivamente solicitó que me hicieran el estudio.

Siguiendo el curso normal de mi rehabilitación, un día me encuentro en Neurología y comentando con quien me atendía el encuentro con “La Negra”, me dice. “Ah, soy yo la que te tiene que hacer el estudio, pero ten paciencia porque hay lista de espera”. Estaba hablando de  unos dos meses de espera.

Ya me había olvidado del tema (cosa rara en mí ya que me había generado bastante expectativa y por lo general soy impaciente). Una noche cuando acaba de recostarme solito (ya era “casi independiente”), vienen a buscarme dos celadores.
“Hoy duermes fuera de casa”. Había llegado el día. Mejor dicho, la noche.
Llegué a un despacho muy reducido. Una asistente comenzó a explicarme de qué iba la cosa mientras me llenaba de electrodos por todos lados. Cables por aquí, por allá y electrodos por la cabeza y el pecho. Pensé que a pesar de los cables no iba a tener problemas para poder dormir. La auxiliar y la doctora (a la que ya conocía) me explicaron el procedimiento. Iban a monitorizar mi sueño desde una cabina adyacente. Un vidrio nos separaría pero una cortina mantendría mi privacidad. De todos modos si necesitaba algo podrían escucharme sin ningún problema. Me preguntaron si era necesario que viniesen a cambiarme de postura. Les contesté que ya lo hacía solo. No hacía falta ayuda.
Tuve la sensación que si a una persona la llenan de cables y esperan que duerma era probable que no lo pudiese hacer. Suele pasar eso, me comentaron. Pero no fue mi caso. Me quedé dormido a los pocos minutos. Recuerdo haber despertado tres veces. Las tres veces aproveché para girarme con cuidado de no desenchufar nada.

A las seis de la mañana me despertaron. Había terminado el estudio. Me sentía descansado y con la sensación de haber dormido más que bien. Preocupado porque no hayan podido registrar correctamente mi mal dormir, le pregunté a la auxiliar si había salido todo bien. Si habían tenido la posibilidad de escuchar mis ronquidos. Me dijo que si, que no había por qué preocuparse. Todo estaba correcto y la doctora ya evaluaría los datos. Yo quedé un poco decepcionado porque, por mi sensación de descanso, pensé que no había podido expresar todo mi “potencial” de roncador profesional.

Como tardaron tanto en realizar el estudio, supuse que sería otra eternidad para el resultado. A los dos días me sorprendió la doctora. “Horacio, tengo el resultado de tu estudio del sueño. Ha sido un desastre. No descansas nada, absolutamente nada. Vamos a ponerte un BIPAP". Yo no sabía lo que era ese aparato, pero me imaginaba que algún día lo debería usar. Sabía que existía pero no sabía ni cómo se llamaba ni lo que hacía. Biphasic Positive Airway Pressure. Wow!

A los pocos días y nuevamente para mi sorpresa, me presentaron a mi nuevo compañero de sueños. Un aparatito muy simpático con una máscara de gel muy suave.
¿Cuánto tiempo debería usarlo? “Pues supongo que siempre, fue la respuesta de la doctora”.
No somos ni Clau ni yo pero más o menos así duermo ahora.

Era la primera noche. Los instantes iniciales fueron una especie de lucha entre mi acostumbrado y acompasado ritmo de respiración y la presión de aire que el aparato me proponía. Esta desincronización impedía conciliar el sueño. Pero solo duró unos minutos. Pasaron unos días para habituarme. Y ya está. No hay dificultades.
Quien primero notó la mejoría fue mi compañero de habitación. “No has roncado nada, absoluta y preciosamente nada de nada”, me dijo. Estaba feliz y muy contento (mi compañero).
En cuanto a mi, ya estoy acostumbrado. Duermo profundamente y noto la diferencia. Lo utilizo en casa también. No puedo dejar de dormir sin él. Actualmente Clau también descansa mejor. No solo porque mis ronquidos son cosas del pasado sino porque también sabe que no voy a volver a quedarme dormido conduciendo.

viernes, 6 de enero de 2012

Mi carta a los Reyes Magos


Queridos Reyes Magos: Espero que cuando reciban esta carta estén ocupados haciendo felices a millones de personas que en estas épocas lo necesitan en el mundo.

Quiero decirles que este 2011 no fue muy bueno para mí. Digamos que lo comencé con mucho trabajo y apenas despuntaba el año tuve el accidente que me dejó parapléjico. 
Fui muy bueno desde que llegué al Hospital. Les dí el mínimo trabajo a los pobres funcionarios que tuvieron que lidiar conmigo. Levanté pesas, hice pulsiones, me incorporé, me esforcé, en la silla, vencí temores cada vez que intentaba hacer una transferencia, compartí dolores propios y ajenos. Lloré en soledad. Ayudé en la medida que pude a otros compañeros que necesitaban un consejo, un apoyo, una ayuda para recoger algo, en fin… todo lo que pude hacer.
Intenté por todos los medios hacer feliz a mi mamá que sufrió el hecho de que su hijo quedara paralítico. Fundamentalmente traté que Clau, mi sufrida y heroica mujer, tuviese el menor problema para llevar la situación de mi mamá, la de la casa, la del alquiler, los papeles y fundamentalmente la mía. 

Por todo eso y mucho más les hago un pedido con mucha humildad, cariño y fe.

Quiero dos piernas. Necesito volver a caminar. Volver a sentirme un hombre de pie. Volver a ver a los demás a la altura de los ojos. Quiero sentirme útil y rehacer todo lo que hacía antes. Que nadie se compadezca de mí. Ir y venir sin depender de nada ni de nadie. Volver a descubrir senderos de mi pueblo llenos de caminos sinuosos con subidas y bajadas perfumadas por las hierbas silvestres. Solo eso les pido.

Con mucho afecto. Horacio.

Respuesta de los reyes.

Querido y amado Horacio. 
Los tres hemos leído con atención y mucho amor tu emotiva carta. Pero primero de todo decirte que tenés razón. Estamos ocupados intentando hacer felices a millones de personas que necesitan cosas mucho mas básicas que las que pedís vos. 

Sabemos que para vos, el que pasó, no fue un año muy bueno. Pero qué se le va a hacer, no sos original. Agradecé que tenías trabajo. Y que tu accidente fue el que fue y no otro.

Y qué querés que te digamos. En el Hospital hiciste lo que tenías que hacer. Ni más, ni menos. Nada del otro mundo. Si no te esforzabas iba a ser peor para vos. Y no solo por los esfuerzos sino porque era tu deber acompañar y ayudar a personas que quizá merecían más que vos la ayuda. En cuanto a que no diste trabajo… ja, já. Eso dirás vos. Nosotros tenemos contactos con la dirección del Hospital y te puedo decir que no fuiste un pavo real. Más bien quitale el real. Lloraste en soledad, comentás. Eso decíselo a tu familia y amigos.

Por lo de tu mamá. Si, tenés razón, pobre tu vieja. Era hora que te ocuparas de ella. Pero eso ya debiste de hacerlo hace muchos años atrás. Ahora ella necesitaba otra cosa.

Y tu mujer. Te quedás corto con relatarnos todo lo que hizo por vos. Nosotros sabemos que hizo más cosas por vos. Ella merece mejor que nadie regalos y atenciones en este día. Así que ya mismo corré (bueno, es un decir) a darle un abrazo y varios besos por lo menos.


Así que pedís dos piernas… nosotros te decimos: “¡DEJÁTE DE JODER!”. ¿Para qué querés dos piernas? ¿Vos volver a caminar? Pero no nos hagás reír. Te la pasabas todo el santo día sentadito con la compu. Laburabas con la compu. Llegabas a casa y en ves de salir a recorrer ese pueblo hermoso en el que vivís, seguías sentado con la compu. Fines de semana preciosos de sol, mirando la tele. O estabas con la bendita música. Sentadito dale y dale con la guitarrita. ¡No me digas que ahora vas a hacer lo contrario! Es más, en pocos días vas a tener tu sillita nueva. Más livianita para poder llevarla en el bruto coche nuevo que te compraste. Y con un aparato eléctrico que se pone y se saca para poder subir y bajar las cuestas sin esforzarte. ¡Va a parecer que estás en una Harley!

Queremos que te quede en claro una cosa: 
¡TODO LO QUE HACÍAS ANTES, LO PODRÁS SEGUIR HACIENDO AHORA! 

Quizá no todo. Es cierto. Pero tenés que ser agradecido y aprender a valorar lo que hay y no lo que falta. Pensá en los muchos compañeritos que tuviste en el hospital que desgraciadamente están en una situación peor a la tuya después de una lesión. ¿Qué deberían pedir ellos?

Por otro lado estuvimos averigüando (porque en el fondo somos buenos), y lamentamos decirte que ya tus piernas no se fabrican más. Están descatalogadas. ¡Qué querés, son productos que se hacían hace 50 años!

Nene, te repetimos, dejanos trabajar tranquilos y disfrutá de tu mujer, tus hijas y tus tres gatos. Tenés mucho tiempo ahora (que nosotros sepamos todavía no estás trabajando, ¿verdad?).

Un fuerte abrazo de los tres y de los camellos también. Vago.

Gaspar, Melchor, Va a saltar y se cayó.

PD. Los camellos agradecen pasto y agua. Nosotros te vamos a denunciar por intento de soborno por lo que nos dejaste.

miércoles, 4 de enero de 2012

Habitaciones compartidas 2


Era el primer día en la otra planta. Me cambiaron porque cuando llegan épocas de vacaciones y hay menos personal cierran algunas plantas y los pacientes que quedan en las que van a cerrar los distribuyen en las que se mantendrán activas. Esto facilita bastante para que los trabajadores puedan disfrutar de las épocas de vacaciones y los pacientes no nos quedemos sin atención.

Llegué a mi nueva planta, mi nueva habitación. Un lugar pequeño y preparado para dos pacientes. Conocí a mi nuevo compañero. Era un señor que lo acababan de operar de una escara y estaba en la etapa final de su rehabilitación. Era el típico paciente que se adueña de todo. Que trataba a todo el personal muy cortésmente pero no dejaba momento en hacerles saber muy sutilmente y con una sonrisa, que eran todos una panda de torpes y brutos. Incluidos los médicos. Había hecho sacar la diminuta televisión que había en cada habitación (en las de dos había una, pero en las de tres pacientes, dos) y se había traído una bruta 42 pulgadas (demasiado para ese espacio) que permanecía inestable en la parte superior de su armario personal.

Ya sea por su edad o por su carácter, los enfermeros lo trataban con mucha consideración y le permitían sus “caprichitos”. Antes de que pudiésemos tener algún problema, le ofrecí mi complaciente compañía diciéndole que no me gustaba ver la tele (cosa que era cierta). Me daba igual cualquier canal y que no tenía ningún problema en que estuviera encendida el tiempo que quisiera (cosa que no era tan cierta pero no era una gran dificultad para mi). Le encantaba dejarla encendida las 24 horas del día. Y por lo general le gustaba la programación del canal propio de su comunidad. Este canal se caracteriza por pasar la mayor parte de su programación esas películas en las que todos los vaqueros son buenos y todos los indios (a excepción de algún traidor a su raza) son los malos. Por lo general rodadas en los años 40 o 50s. Una porquería. La mayoría de las películas estaban tan vistas que este hombre no solo las reinterpretaba sino que también llegaba a relatarlas en alguna tarde de buen humor. Y por supuesto, las criticaba.

Tenía una asistenta venezolana, que era un amor de persona. Venía todos los días a cuidar y cumplir los caprichos del amo. Un ángel de persona. Y se querían mutuamente.

Le descubrí enseguida una debilidad que jugaba a mi favor. Le gustaban los argentinos. Conocía a Les Luthiers y le encantaba su humor sutil y fino. Me preguntaba qué buscar en Internet sobre ellos. Los veía en su pequeñito y sufrido portátil (lo de sufrido es porque se le caía muy a menudo), mientras de fondo se escuchaban los tiros que los vaqueros infligían a los pobres indios. Comentábamos y explicábamos las bromas de las distintas obras. Compartíamos sus guiños y nos sentíamos cómplices.

Suponía que todos los argentinos éramos iguales. Que todos gozábamos de una gran cultura e inteligencia. Que todos practicábamos diariamente de un humor ácido y corrosivo. Le gustaba la verborrea de Valdano.

Ni bien pesqué ese lado flaco, intenté no defraudarlo. Lo primero que hice fue criticarle sus gustos, caprichos y forma de ser por medio de bromas e indirectas sutiles. A él le fascinaba. Aprendía y practicaba conmigo y lo que más le gustaba era que yo entendía y festejaba sus sarcasmos. Nos reíamos de nosotros mismos. Luego, el objeto de nuestros chascarrillos, fueron los benditos auxiliares. No podía ser de otra manera. Dábamos rienda suelta a una sana maldad despachándonos a gusto. Nos ganamos mutuamente y fuimos felices.



El día que me presentó a su hermana y yo dije “¡Por fin conozco a una persona normal, cuerda y además bonita de esta familia!” a él le encantó.

Fue muy bueno para mí conocer y aprender de su experiencia de lesionado medular. Una historia de más de 20 años. 

lunes, 2 de enero de 2012

En la línea de fuego 1


El día que entré en mi habitación en Parapléjicos, me recibieron 6 personas. La mayoría mujeres, pero había por ahí también enfermeros. O eso creía yo. No tenía muy claro quién era celador, auxiliar, enfermero, fisioterapeuta o médico. Después de unos días me enteraría de lo que hacían cada uno. Todos vestidos muy prolija y uniformemente. “Hola, soy Feli. Acá vas a ver cómo te vas a recuperar”. Todos mensajes o metamensajes de ánimo. Pero los mimos no eran en todo momento. Había otros enfermos. Otras habitaciones.

“Afuera está su esposa, la vamos a dejar pasar para que se despida. Porque no es la hora de la visita. Le dijimos que te vamos a cuidar, que no se preocupe”. Clau, se fue llorando. Comenzaba otra etapa en esta aventura de la rehabilitación. Ya no podíamos estar tanto tiempo juntos.
Mucha gente, distintos pero iguales. Algunos muy corteses otros muy apurados. “¿Para qué lado te ponemos?” me preguntaba uno que no había leído el papelito que había dejado la doctora pinchado en el corcho “Evitar lado derecho”.

“Buenos días, ¿cómo te gusta el agua?” Y me dejaban una palanganita con una esponja. Los primeros días me ayudaban. “Decile a tu mujer que te traiga algún jabón líquido”. Ya pasado un tiempo además de dejarme limpiar lo que podía, me animaban. “Tienes que limpiarte tu ahí abajo”. ¡Pero cómo podría si no llegaba y menos a la parte de atrás! “Vamos, vamos no seas remolón”. Yo pensaba que los remolones eran ellos, que eran un poco vagos y que le gustaban hacer lo menos posible.

Con mi compañero, les poníamos apodos. Estaba la galleguita, la sargentona, el gracioso, el loco, el filósofo, el gritón, la buena, el vago, la callada, la buenorra a la que intentábamos ver un poco más por su escote. Y no podíamos. También la más fea que te puedas encontrar. A veces ellos mismos ubicaban sus horarios para estar juntos porque se llevaban bien. Por eso había que cuidarse cuando llegaban los “lázaros”. Una pareja tan bajita y expeditiva como bruta que era. Levantaban y acostaban de la cama a todo el mundo en un santiamén con una grúa a la que aporreaban llevándola de acá para allá.

Estaba el que nos traía en su móvil los videos de “el bananero” que nos hacían más compinches y estábamos horas y días riéndonos con esas boludeces. Y que a mi me traía CDs con juegos para la compu.

Siempre andaba por ahí el que imitaba voces y sonidos. En la quietud de la siesta se escuchaba de repente una sirena de ambulancia y no entendíamos nada. Hasta que descubrimos que era este tipo llevando a un paciente en la camilla. Un día Clau entraba a la habitación y apenas abrió la puerta saltó asustada al escuchar el aullido de un gato al que le acababan de pisar la cola. Era este tipo. Yo le había comentado el amor que tenía mi mujer por los gatos y él dejó a la brazuca toda la tarde asustada porque creía haber lastimado a un minino.

Una noche cuando dormía profundamente vinieron una vez dos a darme vuelta. Prendieron la luz y me quitaron bruscamente la sábana despertándome y charlando animadamente entre ellos. Yo sabía que iban a volver a las tres horas y me preparé. Serían las 7 de la mañana y cuando quisieron destaparme yo agarré la sábana tan fuerte que se asustaron. Y les dije: “la próxima vez que me despierten tan brutamente, como “gallegos” brutos que son, sin querer y estando “dormido” les voy a pegar una “hostia” que se van a acordar de este “sudaca” por varios meses”. Lo dije sonriéndome y ellos sonrieron también. Desde ese día JAMÁS volvieron a despertarme nunca de esa forma.

Otra noche, vino una enfermera a “sondarme”. Cuando terminó yo le dije “muchas gracias”. Siempre, solía agradecer todo lo que ellos hicieran. Alcanzarme algo que se cayó, sacarme sangre, limpiarme el culo, darme las pastillitas. Todo. Esta mujer me respondió: “No tienes que agradecer todo lo que hacemos, es nuestro trabajo”.
Era de madrugada cuando volvió y le dije bajito: “¿Sabés? Estuve pensando en lo que me dijiste y no estoy de acuerdo. Para vos será tu trabajo, pero todo lo que hagas, lo más mínimo que sea, siempre será para mi mejoría y yo te lo voy a agradecer” Me emocioné. No pude darme cuenta, porque había sido tan dulce que ni siquiera prendió la luz para no molestar, pero creo que ella también.

Con el correr de los días sabía cada uno de sus nombres. Jamás aprendí tantos en tan poco tiempo. Tenían turnos cada ocho horas. A la mañana entraba el turno de las 8:00. Era un revuelo de buenos días y bromas que escuchábamos que hacía que comenzáramos a despertarnos. A las 15:00 entraba el otro turno los que estaban apuraban a todos los andaban por ahí para acostarlos a la siesta. Lo mismo pasaba después de cenar. Había que dejar todo limpio y prolijito para antes de las 22:00 que entraban los que pasaban la noche. Algunos hacían siempre el mismo turno. Otros los cambiaban y te los encontrabas a la mañana y a la tarde. Después nos comentaban que entre ellos mismos lo hacían para poder juntar días libres para hacer alguna trámite, alguna cosa pendiente o simplemente para acumular más días para sus vacaciones.

Con unos tenías más onda que con otros. Unos eran más abiertos que otros. Estaban los del PP y los del PSOE. Los cultos y los paletos. Los amables y los tarambanas. Pero a todos los terminás queriendo. Bueno, a todos todos no. Pero eso ya será historia de otro post.