Soy una persona que le gusta ser expeditivo cuando hay que
resolver una situación. Cuando llegué a Parapléjicos, ya quería estar en la
silla. Cuando estuve en la silla ya quería ir a Terapia Ocupacional. Y cuando
me dieron de alta en Terapia ¡ya me quería ir a casa!
El tiempo en que duró el proceso de aprendizaje para
realizar las transferencias coincidió con el bendito cambio de planta.
Es decir, comencé practicando las transferencias
(cama/silla/váter/coche) y las técnicas para vestirme/desvestirme, siempre vigilado
por algún responsable.
Celador o fisioterapeuta siempre estaban ahí. Me
corregían, me indicaban lo que estaba mal. Me felicitaban si todo salía bien,
pero siempre ahí, sosteniendo la silla que se movía un poco y dándome
seguridad.
Pero eso tenía una pequeña dificultad. Cuando era la hora de
Terapia, todo bien. Pero en la planta y en las actividades de todo el día, los
tenía que llamar. No podía pretender tenerlos a mi verita (al lado) todo el
tiempo. Entonces o había que esperar o había que esperar. Ellos sabían para qué
los llamabas y lógicamente calculaban y asistían según el nivel de urgencia de
los pacientes. Cosa que estaba bien.
Uno también tenía que ayudar.
Cuando terminabas de comer, al mediodía o a la noche, era
necesario ir más o menos rapidito para la habitación porque comenzaba la ronda
del “acueste”. Esperabas prolijamente en la habitación que pasaran. Algunos
utilizaban la grúa. Es muy gracioso ver como te envuelven y atan con sogas para
después elevarte y transportarte hasta tu cama.
Cuando terminaba el proceso pedíamos “otra vuelta”, que la ficha era muy
corta. Parecía una atracción de parque temático.
Otros, con mucha paciencia, vigilaban las maniobras del temerario. Y
recalco lo de paciencia porque, por miedo, todos nos tomábamos mucho tiempo
asegurando posición, cálculo de distancia, fuerza y demás variables para
realizar la tarea.
En esta etapa estaba yo cuando me cambiaron de planta.
En la nueva, todo era muy confuso y caótico los primeros
días. Enfermeros, auxiliares y celadores se encontraban con pacientes que no
conocían. Y viceversa. Habitaciones llenas a tope. Idas y venidas controlando
urgencias y solicitudes vanas. Y, cosa que no había tenido en cuenta, costumbres
y formas diferentes de encarar situaciones.
Estaba esperando mi vigilancia para pasarme de la cama,
cuando me encuentro con una sola celadora (por lo general asistían dos). Pretendía
que hiciese la transferencia de la silla a la cama con la tabla para hacer más
rápido y seguro. La tabla es un dispositivo que ayuda a deslizarse muy
fácilmente de un lugar a otro. En Terapia Ocupacional, mi fisio, consideraba
que yo podía hacer las transferencias sin necesidad de este artilugio. Dada
esta disyuntiva, intento explicarle a la celadora que no la necesitaba. Solo
necesitaba que me sostuvieran un poco la silla para que no se moviera. A
regañadientes esta buena chica accede a mi petición.
Con mala fortuna, en el intento, quedo a mitad de la silla y
la cama con el alto riesgo de caerme. Esta chica me sostiene como puede y pide
ayuda a gritos. Viene rauda, otra celadora. Y en un acto digno de una gimnasta
de elite, salta encima de la cama. Toma mi desnudo trasero con ambas manos y me
acercan a la cama entre las dos (este hecho, a la elástica celadora, le valió
el apodo de “Marísula, la que le cogió el culo a Horacio”)
Esta situación generó a la primer celadora la seguridad de
que jamás realizaría una transferencia sin la tabla. Y así se lo hizo saber a
la supervisora.
Cuando la supervisora habla conmigo para comunicarme la
decisión. Argumentó que en esa planta las cosas se hacían de esa manera. Dada
la situación de casi desborde y desconocimiento de las situaciones particulares
de pacientes, no había posibilidad de otra cosa. A partir de ahora todas las
transferencias se harían con la tabla.
Era un criterio muy razonable y lógico.
Herido en mi orgullo, argumenté que si en Terapia
consideraban que yo no necesitaba dicho elemento, sería un paso atrás para mi
rehabilitación comenzar a utilizarla. Lo que había pasado era un simple error
de cálculo.
También era una razón de peso.
En consecuencia, y pidiendo la intervención de mi responsable
de Terapia, quedamos que ésta revisaría mi condición, supervisando “in situ” los
momentos de mis transferencias.
La pobre fisio, vino unos días puntualmente a las 8:00 para
vigilar cómo me bajaba de la cama, cómo me subía al váter (inodoro), cómo me
duchaba y cómo volvía a la cama para vestirme. Cuando lo consideró oportuno, se
reunió con la supervisora y ratificó su decisión de que yo no necesitaba la
tabla y sí necesitaba una supervisión provisoria para sostener la silla.
Con el visto bueno de la supervisora, a todas mis
transferencias las comencé a hacer con un cuidado extraordinario. Jamás me
descuidé un milímetro para no generar otro conflicto. Esto sirvió muchísimo a
que al poco tiempo declarasen mi independencia.
Tengo que reconocer que tanto la celadora involucrada como
la supervisora y por supuesto mi fisio, pusieron más que buena voluntad para enfrentar
la situación y que esto evolucionara como evolucionó. Por supuesto que todo mi
reconocimiento y afectuoso agradecimiento.
También a “Marísula”, la que me agarró del culo.
2 comentarios:
Sería de gran aprovechamiento el que todos los profesionales del H.N.P. leyeran tu Blog que les daría otra perspectiva, les ayudaría a empatizar (ponerse en lugar de) más con los pacientes, a conocer sus temores e inseguridades y a reirse con tus acertados comentarios que aligeran la "crítica". Veo que has aprendido rápido a hacer uso del humor. Gracias por ponernos una sonrisa en la cara y por estar ahí con tabla o sin ella.
Creo que es importante poder leer sobre distitnos temas y cuestiones que me puedan servir en mi profesión y también poder obtener conocimientos para mejorar en cuestiones laborales. Con Lan Argentina trato de viajar y poder obtener conocimientos nuevos de otras partes del mundo
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