martes, 10 de enero de 2012

La tabla de la discordia.


Soy una persona que le gusta ser expeditivo cuando hay que resolver una situación. Cuando llegué a Parapléjicos, ya quería estar en la silla. Cuando estuve en la silla ya quería ir a Terapia Ocupacional. Y cuando me dieron de alta en Terapia ¡ya me quería ir a casa!

El tiempo en que duró el proceso de aprendizaje para realizar las transferencias coincidió con el bendito cambio de planta.

Es decir, comencé practicando las transferencias (cama/silla/váter/coche) y las técnicas para vestirme/desvestirme, siempre vigilado por algún responsable. 
Celador o fisioterapeuta siempre estaban ahí. Me corregían, me indicaban lo que estaba mal. Me felicitaban si todo salía bien, pero siempre ahí, sosteniendo la silla que se movía un poco y dándome seguridad.
Pero eso tenía una pequeña dificultad. Cuando era la hora de Terapia, todo bien. Pero en la planta y en las actividades de todo el día, los tenía que llamar. No podía pretender tenerlos a mi verita (al lado) todo el tiempo. Entonces o había que esperar o había que esperar. Ellos sabían para qué los llamabas y lógicamente calculaban y asistían según el nivel de urgencia de los pacientes. Cosa que estaba bien.

Uno también tenía que ayudar.
Cuando terminabas de comer, al mediodía o a la noche, era necesario ir más o menos rapidito para la habitación porque comenzaba la ronda del “acueste”. Esperabas prolijamente en la habitación que pasaran. Algunos utilizaban la grúa. Es muy gracioso ver como te envuelven y atan con sogas para después elevarte y transportarte hasta tu cama.  Cuando terminaba el proceso pedíamos “otra vuelta”, que la ficha era muy corta. Parecía una atracción de parque temático.
Otros, con mucha paciencia,  vigilaban las maniobras del temerario. Y recalco lo de paciencia porque, por miedo, todos nos tomábamos mucho tiempo asegurando posición, cálculo de distancia, fuerza y demás variables para realizar la tarea.

En esta etapa estaba yo cuando me cambiaron de planta.

En la nueva, todo era muy confuso y caótico los primeros días. Enfermeros, auxiliares y celadores se encontraban con pacientes que no conocían. Y viceversa. Habitaciones llenas a tope. Idas y venidas controlando urgencias y solicitudes vanas. Y, cosa que no había tenido en cuenta, costumbres y formas diferentes de encarar situaciones.

Estaba esperando mi vigilancia para pasarme de la cama, cuando me encuentro con una sola  celadora (por lo general asistían dos). Pretendía que hiciese la transferencia de la silla a la cama con la tabla para hacer más rápido y seguro. La tabla es un dispositivo que ayuda a deslizarse muy fácilmente de un lugar a otro. En Terapia Ocupacional, mi fisio, consideraba que yo podía hacer las transferencias sin necesidad de este artilugio. Dada esta disyuntiva, intento explicarle a la celadora que no la necesitaba. Solo necesitaba que me sostuvieran un poco la silla para que no se moviera. A regañadientes esta buena chica accede a mi petición.
Con mala fortuna, en el intento, quedo a mitad de la silla y la cama con el alto riesgo de caerme. Esta chica me sostiene como puede y pide ayuda a gritos. Viene rauda, otra celadora. Y en un acto digno de una gimnasta de elite, salta encima de la cama. Toma mi desnudo trasero con ambas manos y me acercan a la cama entre las dos (este hecho, a la elástica celadora, le valió el apodo de “Marísula, la que le cogió el culo a Horacio”)

Esta situación generó a la primer celadora la seguridad de que jamás realizaría una transferencia sin la tabla. Y así se lo hizo saber a la supervisora.

Cuando la supervisora habla conmigo para comunicarme la decisión. Argumentó que en esa planta las cosas se hacían de esa manera. Dada la situación de casi desborde y desconocimiento de las situaciones particulares de pacientes, no había posibilidad de otra cosa. A partir de ahora todas las transferencias se harían con la tabla.

Era un criterio muy razonable y lógico.

Herido en mi orgullo, argumenté que si en Terapia consideraban que yo no necesitaba dicho elemento, sería un paso atrás para mi rehabilitación comenzar a utilizarla. Lo que había pasado era un simple error de cálculo.

También era una razón de peso.

En consecuencia, y pidiendo la intervención de mi responsable de Terapia, quedamos que ésta revisaría mi condición, supervisando “in situ” los momentos de mis transferencias.
La pobre fisio, vino unos días puntualmente a las 8:00 para vigilar cómo me bajaba de la cama, cómo me subía al váter (inodoro), cómo me duchaba y cómo volvía a la cama para vestirme. Cuando lo consideró oportuno, se reunió con la supervisora y ratificó su decisión de que yo no necesitaba la tabla y sí necesitaba una supervisión provisoria para sostener la silla.

Con el visto bueno de la supervisora, a todas mis transferencias las comencé a hacer con un cuidado extraordinario. Jamás me descuidé un milímetro para no generar otro conflicto. Esto sirvió muchísimo a que al poco tiempo declarasen mi independencia.

Tengo que reconocer que tanto la celadora involucrada como la supervisora y por supuesto mi fisio, pusieron más que buena voluntad para enfrentar la situación y que esto evolucionara como evolucionó. Por supuesto que todo mi reconocimiento y afectuoso agradecimiento.

También a “Marísula”, la que me agarró del culo.

2 comentarios:

MªÁngeles dijo...

Sería de gran aprovechamiento el que todos los profesionales del H.N.P. leyeran tu Blog que les daría otra perspectiva, les ayudaría a empatizar (ponerse en lugar de) más con los pacientes, a conocer sus temores e inseguridades y a reirse con tus acertados comentarios que aligeran la "crítica". Veo que has aprendido rápido a hacer uso del humor. Gracias por ponernos una sonrisa en la cara y por estar ahí con tabla o sin ella.

David dijo...

Creo que es importante poder leer sobre distitnos temas y cuestiones que me puedan servir en mi profesión y también poder obtener conocimientos para mejorar en cuestiones laborales. Con Lan Argentina trato de viajar y poder obtener conocimientos nuevos de otras partes del mundo