Nunca fui de derechas y ahora no podía ser menos. Cuando me giraban en la cama y me recostaban sobre ese lado, sufría bastante. Las costillas fracturadas tardaban en soldar y por
ese motivo la doctora me hizo colgar en mi corcho (todos los pacientes tienen en su habitación un panel donde además de fotos y esas cosas se pueden pinchar sugerencias) un
papel que decía “Evitar lado derecho. La doctora”
No solo me dolía si me apoyaba de ese lado, cuando tosía o
respiraba fuerte también.
Era raro pero desde el accidente además de por el dolor, la
forma de toser, estornudar y reír ya no era la misma. No controlaba algunos
músculos abdominales y además de la estabilidad, la lesión me pasaba factura así.
Cuando me di cuenta de esto se lo comenté a la doctora. A
los pocos días entró un fisio a mi habitación que después de charlar un rato e
inspeccionarme me dejaba un aparatito para hacer ejercicios y espabilar a los
abdominales que podía controlar.
Bastante tiempo hice subir y bajar unas pelotitas de plástico soplando. Me divertía, pero cada vez que lo hacía, me costaba. El dolor era bastante intenso. De vez en cuando
me cruzaba con el fisio que me preguntaba cómo andaba la cosa. Y yo le contaba
que era poco el avance para justificar el dolor.
Hasta que no usé más el aparatito y me resigné a perder un
poco de fuerza para expulsar aire violentamente.
El tiempo pasaba y yo seguía con mi dolor en el costado.
Un día que estaba esperando el ascensor, para ir no se a dónde, me
encuentro con este fisio. Cuando nuevamente le cuento las novedades esta vez me
preguntó cuánto tiempo hacía desde el accidente. “60 días ya es tiempo
suficiente para que suelde una fractura. Déjame ver…”
Es imposible olvidarme. Yo con mi silla de ruedas en la
puerta del ascensor levantándome la remera (camiseta) del costado derecho. El
fisioterapeuta comenzando a tocar donde se suponía que tenía las costillas ya
soldadas. Escribo esto y me vuelve el recuerdo del dolor agudo, de las cosquillas inaguantables y el no poder respirar por esa mezcla endemoniada de sensaciones. Además había que sumar también la vergüenza que daba estar
sufriendo eso en un lugar público donde no podía gritar ni reírme sin llamar
la atención.
Este hombre me preguntaba si era ahí o ahí o ahí donde me
dolía mientras sus dedos se metían entre los huesos. No podía contestarle.
Hasta que después de unos segundos, que me parecieron eternos, me dijo: “Parece
estar todo bien”. Y se fue.
Yo quedé bastante desconcertado porque tenía la sensación
que todo hueso recuperado se había vuelto a romper en esos inolvidables
momentos. Pero más desconcertado quedé al otro día cuando milagrosamente el
dolor de costado pasó a ser parte de mi historia. Yo no sé si fueron sus manos privilegiadas o el shock sufrido en esa terapia de pasillos, pero nunca más volví a sentir
dolor o molestia alguna.
Me quedé, eso sí, sin tener tanta fuerza para toser. Estornudo
en forma más “light” y mi risa es una risa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario