domingo, 5 de febrero de 2012

En rescate de las almas del hospital


Siempre atentos. Algunos tenían una hora en particular para hacer una ronda habitación por habitación. Otros los veías dando vueltas a cualquier momento. Son los "restauradores de almas" del hospital.

En el hospital hay una capilla. Y esa capilla está atendida por un párroco. Que a su vez, por lo menos cuando estuve yo, lo ayudaba otro curita.

Aparecen y te saludan. Te preguntan cómo estás. Qué te pasó. Y vos, si querés soltás. Si no, ya te conocen y te siguen saludando todos los días para ver si "picás".

Cuando digo “si querés soltás”, me refiero a que les das pie para charlar. Para charlar de Dios, de lo que hacés, de lo que pensás, de lo que ronda por tu cabeza. De tu bronca, de tu pequeña alegría. De lo que quieras. Ellos te escuchan. Te aconsejan. Te dan fuerza. Rara vez ellos te empiezan a hablar de Dios si vos no hablás de Dios. Y si hablás de Dios, por supuesto, te dan Dios.

La primera semana que llegué al HNP, el párroco no estaba. Entonces conocí a un misionero jesuita que lo ayudaba. Un chico joven con muchas ganas y con una sonrisa siempre. Me dieron ganas de hablar con él.

En mi caso particular, desde el segundo día que estuve internado tuve conciencia de lo que me pasaba. Lo que iba a poder hacer y algunas cosas de lo que no iba a poder. No negaba mi situación y mi realidad. Y no estaba enojado. Sí, estaba arrepentido de no haber hecho algunas cosas para prevenir. Pero, qué le íbamos a hacer. No le eché jamás la culpa a nadie. El segundo día me dije, esto es lo que hay. ¿Por dónde se empieza a avanzar?

Por ese motivo nuestras charlas, que se hicieron períodicas, fluctuaron por lo que hacíamos con nuestra vida. Él me contó cómo llegó a donde llegó y yo le conté lo que hacía y lo que tenía ganas de hacer. Muy pocas veces hablamos de Dios y alguna de esas pocas veces fue cuando me invitó a tocar la guitarra en la misa del domingo. Años tocando en misas y hasta dirigiendo un coro en una parroquia acá en España. No podía decirle que no. Además tenía como una espinita con el tema de volver a tocar la viola ahora en silla de ruedas. ¿Cómo sería? Esta fue la excusa para pedirle a Clau que me trajera la guitarra al hospital. La experiencia no fue muy buena. Será motivo para otro post. Solo fui ese domingo.

Pero las charlas con este misionero jesuita, no terminaron. Un belga con una historia increíble. Que pasó por el consumo de drogas y una vida nómade buscando algo que no sabía qué era. Haciendo música y no sé qué más cosas. Sus padres se separaron en algún momento. Su papá inició una vida monástica. Luego de muchos años sin verse lo descubre en un lugar de Europa y luego del rencuentro decide unirse a su misión: mediar y buscar más unión entre judíos y los católicos a través de la orden de San Ignacio de Loyola. Padre e hijo se vuelven a unir. Comparten un mismo objetivo y en una misma orden religiosa.

A su comunidad religiosa, la Iglesia le pide ayuda. Por ese motivo él está ahí ahora. En el hospital, charlando conmigo. Un par de meses más tarde me comenta que debe cambiar de servicio y tiene que irse del hospital. Le pido su dirección de correo electrónico para seguir el contacto. No va a poder ser. Su servicio implica una especie de voto de silencio. Nos abrazamos y nos deseamos buena suerte. Impresionante.

Además de mi buena experiencia con este misionero jesuita, al resto de la gente que tiene relación con ellos les hace bien. Evidentemente con las diferencias pertinentes en método y resultado, entiendo que su “trabajo” es similar al que realizan los profesionales de la sicología. Mucha gente se “abre” con ellos de una forma que no lo pueden hacer con un sicólogo. Particularmente la gente mayor. Creo, a que tienen una visión más cercana a la del párroco del pueblo. Pero tenemos que entender (según mi particular y para nada objetiva visión) que la palabra apertura es relativa para la cultura del español al que no le gusta mucho hablar de lo que siente y pasa por su corazón.

4 comentarios:

MªÁngeles dijo...

Comparto contigo, Horacio, que el español es más reservado y tiene menos capacidad de "insight" o introspección (que decimos los psicólogos) que el argentino, aunque esto parece muy reduccionista.
La lesión medular, por el tipo de trauma que es, hace que creyentes y no tan creyentes, acepten la visita y la escucha de los representantes de la Iglesia. El ateo, agnóstico o indeciso, se pone inicialmente a la defensiva ante la visita del sacerdote pero dada su fragilidad y vulnerabilidad, tienden, con el tiempo, a recibirlo amistosamente. A ello contribuye, como bien dices, que los sacerdotes de nuestro Hospital son empáticos y poco dogmáticos e invasivos.
También es verdad que quien más busca su apoyo son las personas mayores y, generalmente, mujeres.
Si se espera durante un tiempo que suceda un "milagro" y la "curación pueda llegar, es más práctico buscar la ayuda del sacerdote que del psicólogo que como bien me dijo un paciente en una ocasión. "no voy al psicólogo porque no me va a hacer andar".

horacio novello dijo...

Es excelente ese lógica última. No creo en Dios, pero por si acaso estoy cerca de los curas.
Evidentemente lo digo con ironía.
Esa actitud es de gente, consciente o inconscientemente, pasiva y oculta la verdad. Si bien el psicólogo no tiene el poder del milagro, la introspección y el asumir la realidad te ayuda a "ponerte de pie" y a "caminar" desde el lugar en donde estés en lugar de quedarte quietito esperando la segunda venida.

Yo creo que tus colegas y vos deberían ir por los pasillos repartiendo estampitas de Freud. Puede ser un avance... qué te parece?

Afrontando la lesión medular dijo...

Me ha gustado, ¡qué ocurrente eres!, eso de ir repartiendo estampitas de Freud. Con estampitas o sin ellas, ya sabes (lo trataste en tu post de "El Jardín de Rehabilitación"), el poco peso que tiene la Psicología en nuestro Hospital, ya ves, donde, incluso, los profanos creen que debería de haber una plantilla mayor de psicólogos

Anónimo dijo...

La primera vez que fui al HNP, mientras estabamos en la habitación apareció el párroco del hospital, un hombre amable, que saludó a todos los enfermos de la habitación (tres) , preguntandoles por su estado, en un primer momento, sin ninguna intención de hablar de fe, solamente interesandose por como se encontraban, supongo que si alguien tiene interés en tratar temas religiosos él estará encantado.
No debe ser fácil ejercer en un lugar como el HNP, en el que de entrada, la gente que es creyente, ante determinadas pérdidas, tendrá momentos de dudas, y los no creyentes, dudo mucho que quieran recibir un apoyo religioso en esos momentos..
Ante esto, es de admirar que se preste a ayudar y a colaborar con los enfermos y familias, sin diferenciar entre creyentes o no.
Un saludo,