jueves, 26 de enero de 2012

En la línea de fuego 2


Recuerdos de la fauna hospitalaria. Auxiliares, celadores, enfermeros, administrativos.

Estaba la que cantaba con su voz de soprano ni bien entraba a la habitación. La galleguita dulce y simpática que siempre estaba contenta. El que cuando entraba, le decía a mi compañero y para que yo lo escuchara. “Tú, eres mi ojito derecho (mi preferido). No tú” y me miraba sobrado. El mismo que se abrazaba a la enfermera declarándose mutuamente amor eterno a todas voces pretendiendo que no había testigos. La misma enfermera que me contaba entristecida cómo le habían matado (algún vecino celoso), a su pastor alemán. Otra que no saludaba. Estaba la que entraba con una sonrisa y decía “¿Adivinen quién vino? Blandiendo supositorios o enemas. O la enfermera que tenía muchas dificultades con un nietito internado y sin embargo nunca, pero nunca, le faltó el buen humor, la dulzura o la sonrisa para atender a los que sabíamos su situación como a los que no.

Eran épocas de comenzar a independizarme. Ayuda por aquí, supervisión por allá, tabla si, tabla no. La cosa es que una tarde Manuel, un celador, me dice “tengo un regalo para ti”. Al rato “tengo algo que te va a ayudar para que puedas hacer las transferencias” y me da una tablita de madera de pino de 10 x 15 y un alto de 1 cm. Era obvio que el hombre había hecho algún trabajito en casa y se acordó de mí. Se tomó la molestia de llevarme la tablita y con una sonrisa, que aún tengo presente, me la regaló como broma. Fue precioso.

Una tarde no me quedó otra opción que llamar. El olor era un signo claro y contundente. Llegó el celador. “Hola, José, mirá creo que me cagué”. El hombre, con profesionalidad y experiencia, se acerca para verificar y constata. “Si, esperá un ratito que ya te limpiamos”. No termina de salir de la habitación y grita por el pasillo “!A ver… Juana, Pepa que Horacio está sucio. Traed sábanas y toallas porque es completa y abundante…!”
Mi vergüenza no acababa nunca. Empezó desde que anunció por los “altoparlantes” hasta que vinieron no solo Juana y Pepa sino que dos celadores más para ayudar a darme vueltas de aquí para allá para que pudieran cambiar toda la ropa.
Cuando, ya terminada la tarea, agradecí a todos y dije a José “la próxima vez, si querés, bajás a planta y en el tablón de anuncios ponés HORACIO SE CAGÓ y hay más posibilidades que se entere todo el mundo sin necesidad de gritar”. Los celadores que lo acompañaban no aguantaron la risa. “No Horacio yo no grité, ni dije nada de nada… te estás equivocando!”. Mi compañero de habitación, que hasta ese momento, también reía corroboró lo que yo había dicho. Se fueron los tres. Nos quedamos los dos. Yo seguía, ahora enojado, criticando su actitud y mi compañero que no solo había aguantado olores, ahora me aguantaba las críticas. Por lo menos me acompañaba asintiendo.
A la hora o un rato después, vuelve a entrar el celador y se dirige a mi muy serio “Horacio, te pido disculpas por lo que hice. No me di cuenta. Lo siento”. Por supuesto que no solo se las acepté. Le agradecí que hubiera hecho lo que hizo. Me desarmó totalmente.

Nos tomaban la temperatura dos veces (o más) por día con un aparatito con el que apuntaban a tu frente y a la distancia, te medía. Alguna te decía “!Arriba las manos!” y obedecías sonriendo. Entraban a veces cuando estabas durmiendo y te despertaban con la luz y con voces. Y otras lo hacían a oscuras y en silencio para no molestarte.

La auxiliar que siempre te animaba a hacer las cosas solo. “Esfuérzate, hombre. No pretendas que siempre te lavemos nosotras tus partes”. La bajita que era tan bajita que no entendías cómo podía ser ¡tan bajita! La que sabía tu nombre. La que era la primera vez que trabajaba y no tenía ni idea de la rutina. La que estaba rebuena y era un placer verla venir pero más placer verla irse. Las que mientras te cambiaban o asistían se comentaban entre ellas que no habían cobrado, o que necesitaban cambiar un día con alguien, o se quejaban de un compañero, o lo bueno que estaba el enfermero que había venido a hacer una suplencia. Las que siempre entraban y preguntaban “¿Necesitas ayuda para algo?”. Las pacientes que daban de comer a los que no podían intercambiando charlas para animarlos.

Los brutos más brutos que un gallego bruto (perdón por la expresión, los argentinos me entenderán). Los cultos. Los que recitaban a Góngora en medio del pasillo. Los que te cantaban canciones de Quilapayún y extendían el brazo izquierdo.

Las que no decían nada. Las que tenían unos ojos tan bonitos que hasta Clau quedaba celosa con verla. Estaba la que te la cruzabas por donde fuera y te decía “Hola joven”. Y también el que sabía mi origen y me saludaba siempre con “Hola pibbbbbe”. Así, resaltando la letra be todo lo que podía y con un acento que pretendía ser el argentino. Otros varios que me decían “!Qué bueno que viniste!” riéndose a panza suelta y yo no entendía el por qué. Alguna vez me explicaron que en la tele había un personaje argentino que decía esa frase y automáticamente todo el mundo la relaciona con un compatriota.

Los que entraban a la habitación repentinamente y decían cosas como “hola”, “uy”, “ustedes no.”, “perdón”. Cerraban rápidamente la puerta y se iban. Se notaba que se equivocaban de habitación. Había alguno que no decía nada cuando lo hacía.

No voy a dar nombres reales por dos motivos. Uno es que de algunos no me acuerdo el verdadero y no sería justo nombrar solamente a quien sí. Y el segundo porque son gente como cualquiera de nosotros con errores y aciertos. Por eso prefiero juntarlos a todos como un todo. Un todo que me hizo bien. Como un todo que me ayudó y cumplió con creces su objetivo. Un todo a los que agradezco y abrazo a uno por uno por lo que hizo por mi.

3 comentarios:

MANDALAYC dijo...

Horacio con este escrito haces que mi mente vuelva a recordar momentos allí vividos.Para las personas que no han estado nunca en el hospital,es tal cual ,lo cuentas.
Te puedes encontrar con personal de todo tipo.En mi estancia allí tendré siempre muy presente a celadoras,enfermeras y auxiliares que en mis peores momentos de profunda tristeza,estaban algunas muy capacitadas para escucharme,comprenderme e incluso darme un besito de buenas noches.Ahora que me encuentro bien,solo me quedare con esos recuerdos positivos,pensar que existe gente muy cariñosa,y procurare vivir pensando en atraer a ese tipo de gente,por supuesto desde aqui AGRADECER a todas esas personas "cariñosas" y buenas que sin ellas, en muchas ocasiones, no se vería solución a cada problema que nos surgiera.
Solo puedo decir como Van Gaal,SIEMPRE POSITIVO NUNCA NEGATIVO.

MªÁngeles dijo...

Agradecer, siempre hay que agradecer. En España tenemos un refrán para ello : "es de bien nacido, ser agradecido". A pesar de todo y con la idiosincracia de cada cual, se oye mucho decir a los pacientes : "este o aquél no debería de trabajar aquí". Está claro que no todos están preparados (a pesar de los cursos de motivación o formación que se les da) para trabajar en el H.N.P. por no tener el perfil, por no tener la motivación suficiente, porque no es fácil vérselas con el sufrimiento, entre otras, pero también es cierto que tiene mérito el "bregar" con tareas duras como las derivadas de la incontinencia a pesar de que parezca que ya están familiarizados con ellas.
Hay que trabajar mucho con las actitudes pues para el paciente una opinión o comentario de un profesional puede hundirlo o levantarlo. Creo que la empatía se practica poco y es verdaderamente difícil ponerse en la piel del l.m.
Has hecho, Horacio, un resumen sin dejarte nada y de una manera que puede llegarle hasta el que lo hizo mal muy suavizado lo que podrá revertir en que tome conciencia de que hay otros modos y, como el que pidió disculpas, se lo piense antes de volver a hacerlo mal.
Por otro lado, los profesionales, personas humanas y con fallos como no podía ser de otra manera, no están entrenados en dejar junto a su ropa, bolso, calzado, enseres etc. sus problemas y recogerlos al irse sino que los llevan consigo. Unas veces, el paciente puede también servirles de apoyo o consejero pero las más, carga con los conflictos del trabajador.
También se quejan los pacientes de que muchos entran a las habitaciones a su bola, sin tacto, haciendo ruido, dando la luz y despertando y hablando de sus asuntos (la nómina, los conflictos laborales, el football, la peluquería, entre otros).
Gracias por esta lectura tan grata de algo complicado como es la interacción paciente-personal sanitario.

Anónimo dijo...

Voy poco a poco consumiendo las entradas de tu blog que acabo de descubrir, y cada una de tus exposiciones son un calco de mis pensamientos cuando hago el ejercicio de ponerme en el lugar de un paciente lesionado medular , intentando comprender la forma en que esa persona captara el entorno que le rodea, en las circunstancias poco favorables en las que se encuentrta ; y lo hago porque yo pertenezco a ese entorno y soy consciente de que los años ,y la rutina quiza ,nos hacen descuidar las formas y no ser suficientemente buenos profesionales a la hora de dar un trato adecuado a los requerimientos de esa persona que pasa por momentos criticos en su vida. Por tanto es de agradecer que gente como tu trate este tema con el humor y el buen rollo con que tu lo haces.
Te animo a que sigas compartiendo tus experiencias , que seguro ayudaran mucho a mucha gente. Estuviste apenas unas semanas en mi planta pero yo al menos te recuerdo con mucho cariño y me alegro de saber de ti; mucha suerte Horacio. (atraves de ti mis escusas a todos los pacientes que se sintieron mal alguna vez por la actitud de alguno de nosotros y de verdad achacarlo a que nosotros no vemos paraplejicos sino personas , y en el trato entre personas a veces se falla)
Un saludo de Paco