miércoles, 4 de enero de 2012

Habitaciones compartidas 2


Era el primer día en la otra planta. Me cambiaron porque cuando llegan épocas de vacaciones y hay menos personal cierran algunas plantas y los pacientes que quedan en las que van a cerrar los distribuyen en las que se mantendrán activas. Esto facilita bastante para que los trabajadores puedan disfrutar de las épocas de vacaciones y los pacientes no nos quedemos sin atención.

Llegué a mi nueva planta, mi nueva habitación. Un lugar pequeño y preparado para dos pacientes. Conocí a mi nuevo compañero. Era un señor que lo acababan de operar de una escara y estaba en la etapa final de su rehabilitación. Era el típico paciente que se adueña de todo. Que trataba a todo el personal muy cortésmente pero no dejaba momento en hacerles saber muy sutilmente y con una sonrisa, que eran todos una panda de torpes y brutos. Incluidos los médicos. Había hecho sacar la diminuta televisión que había en cada habitación (en las de dos había una, pero en las de tres pacientes, dos) y se había traído una bruta 42 pulgadas (demasiado para ese espacio) que permanecía inestable en la parte superior de su armario personal.

Ya sea por su edad o por su carácter, los enfermeros lo trataban con mucha consideración y le permitían sus “caprichitos”. Antes de que pudiésemos tener algún problema, le ofrecí mi complaciente compañía diciéndole que no me gustaba ver la tele (cosa que era cierta). Me daba igual cualquier canal y que no tenía ningún problema en que estuviera encendida el tiempo que quisiera (cosa que no era tan cierta pero no era una gran dificultad para mi). Le encantaba dejarla encendida las 24 horas del día. Y por lo general le gustaba la programación del canal propio de su comunidad. Este canal se caracteriza por pasar la mayor parte de su programación esas películas en las que todos los vaqueros son buenos y todos los indios (a excepción de algún traidor a su raza) son los malos. Por lo general rodadas en los años 40 o 50s. Una porquería. La mayoría de las películas estaban tan vistas que este hombre no solo las reinterpretaba sino que también llegaba a relatarlas en alguna tarde de buen humor. Y por supuesto, las criticaba.

Tenía una asistenta venezolana, que era un amor de persona. Venía todos los días a cuidar y cumplir los caprichos del amo. Un ángel de persona. Y se querían mutuamente.

Le descubrí enseguida una debilidad que jugaba a mi favor. Le gustaban los argentinos. Conocía a Les Luthiers y le encantaba su humor sutil y fino. Me preguntaba qué buscar en Internet sobre ellos. Los veía en su pequeñito y sufrido portátil (lo de sufrido es porque se le caía muy a menudo), mientras de fondo se escuchaban los tiros que los vaqueros infligían a los pobres indios. Comentábamos y explicábamos las bromas de las distintas obras. Compartíamos sus guiños y nos sentíamos cómplices.

Suponía que todos los argentinos éramos iguales. Que todos gozábamos de una gran cultura e inteligencia. Que todos practicábamos diariamente de un humor ácido y corrosivo. Le gustaba la verborrea de Valdano.

Ni bien pesqué ese lado flaco, intenté no defraudarlo. Lo primero que hice fue criticarle sus gustos, caprichos y forma de ser por medio de bromas e indirectas sutiles. A él le fascinaba. Aprendía y practicaba conmigo y lo que más le gustaba era que yo entendía y festejaba sus sarcasmos. Nos reíamos de nosotros mismos. Luego, el objeto de nuestros chascarrillos, fueron los benditos auxiliares. No podía ser de otra manera. Dábamos rienda suelta a una sana maldad despachándonos a gusto. Nos ganamos mutuamente y fuimos felices.



El día que me presentó a su hermana y yo dije “¡Por fin conozco a una persona normal, cuerda y además bonita de esta familia!” a él le encantó.

Fue muy bueno para mí conocer y aprender de su experiencia de lesionado medular. Una historia de más de 20 años. 

2 comentarios:

yolanda cantalapiedra dijo...

HOLA HORACIO, DESCRIBES MUY BIEN ,LO QUE NOS TOCA PASAR A CADA PACIENTE EN CADA UNA DE LAS HABITACIONES . CONTIGO SEGUN RELATAS ES FACIL CONVIVIR PORQUE DEMUESTRAS QUE SABES CEDER . YO , COMO PACIENTE QUE HE SIDO GARANTIZO QUE EN LAS HABITACIONES ES MUY DURO COMPARTIR TODO (RONQUIDOS , MALOS OLORES , GUSTOS Y SOBRE TODO EL SABER ESTAR CON LAS PERSONAS, PUES TAMBIEN TE ENCUENTRAS CASOS ,EN LOS QUE COINCIDES CON PACIENTES MAL EDUCADOS ) TE DOY DESDE AQUI LAS GRACIAS POR ESTOS RELATOS PARA ASI DAR ESA VISION QUE FALTA HACE . PARA QUE LOS LECTORES SEPAN POR LO QUE HA PASADO UN LESIONADO MEDULAR

MªÁngeles dijo...

Una vez me pidió opinión el antiguo Director Médico sobre la idoneidad de incluir en las habitaciones de pacientes agudos a pacientes que ingresaban para pasar su revisión, operar etc.. y, en verdad, no pude posicionarme claramente porque en unos casos la experiencia del veterano ha representado un gran aporte y ha sido modelo para el paciente agudo y otras ha sido catastrófica. Está claro que hay una gran variabilidad de pacientes en función de su edad, nivel lesional, nivel cultural, nivel de empatía, locus de control etc..
A pesar de la pérdida de intimidad y la dificultad para adaptarse en una situación adversa y con tan poco espacio físico, siempre pensé que es bueno que las "habitaciones sean compartidas".
Se me ocurre que sólo pensamos sobre la dificultad de adaptación para el recién llegado pero ¿nos hemos parado a pensar lo que le supone al veterano volver a revivir y pasar por las etapas que en su día pasó?. Para algunos se que no fue tarea fácil. Otros, en cambio, fueron de un apoyo moral y aprendizaje para el iniciado que éstos nunca olvidarán. En otros casos, los familiares de unos sirven de soporte a los pacientes que están solos. Hoy me hablaba un paciente de su "echar" de menos a los padres de su compañero que le fueron de gran apoyo y,casualmente, lleva unos días lleno de pena y no para de llorar.