domingo, 29 de enero de 2012

¿Vamos al de afuera?


Siempre a las cinco de la tarde. Era la hora en que me preparaba. Si hacía la siesta, entre las cuatro y media pasaban a tomar la temperatura y de alguna forma u otra me despertaba. Pero a las cinco comenzaba a vestirme para salir.

El colectivo (autobús) que traía a Clau llegaba entre las 17:20 y 17:30. Intentaba esperarla en la puerta. Si hacía calor, me quedaba dentro disfrutando el aire acondicionado. Pero había días en que la brazuca venía caminando. Entonces o me encontraba vistiendo o apurando la merienda.
Pero ese momento era el que más esperaba en todo el día. Venía Clau.

Desde que llegamos a España, nunca nos gustó mucho ir de bares como se acostumbra aquí. Siempre preferimos nuestra “soledad” de a dos que encontrarnos con gente en los bares e ir de tapas. No es que no nos guste la amistad con la gente. Todo lo contrario. Preferimos desarrollarla de otras formas. Nuestros amigos lo entienden así y lo respetan. Pero en el Hospital siempre aprovechábamos para ir al “barcito de afuera”. Así lo llamábamos. Un barcito con un espacio cerrado y con muchas mesas dispuestas en un espacio muy bonito. Lleno de árboles.


El día que llegué a Parapléjicos veíamos desde la ambulancia cómo toda la gente, en silla de ruedas y a pie, estaba desperdigada en un jardín precioso que rodeaba a un bar justo frente a la entrada. Dentro del complejo hospitalario. Clau me animaba invitándome a imaginar el momento en que podríamos tomarnos un cafecito ahí. Yo me emocionaba y sonreía pensando en esa imagen.

Existe un bar en el interior del hospital que también es un restaurante. En varios lugares del edificio también hay máquinas expendedoras de bebidas, golosinas y snacks. Pero, por el espacio y el entorno el preferido es el “barcito de afuera”. Íbamos todos los días. A veces tomábamos algo. Una gaseosa (refresco), un café, un granizado de limón, una sin, a veces nada. Pero siempre Clau pedía su botellita de agua. Claro, después de fumar necesitaba tomar agua.

En lo que es la ley antitabaco vigente en España, hay una disposición que establece que los fumadores no pueden hacerlo a menos de 100 mts. de hospitales y de ciertos lugares públicos. En la parte exterior del bar se cumplía esa dichosa distancia de veda. Por ese motivo estaba pintada una raya blanca que delimitaba la zona de prohibición. Muchas mesas estaban dispuestas de tal modo que uno se podía sentar de un lado y el acompañante del otro de la raya. Todos contentos.

Ahí pasábamos algunas horas charlando. Compartiendo las novedades de casa, cómo iban los trámites, qué haríamos en el futuro y mis avances “rehabilitatorios” entre otras tantas cosas. Tomábamos decisiones. Volvíamos a replantear cosas. A veces llorábamos y la mayoría nos reíamos para compensar un poco. Hacíamos otras cosas, pero ese va a ser motivo de otro post (no sean mal pensados, eh?). Saludábamos a amigos. Veíamos como muchos juntaban mesas. Algunos porque les gustaba hacer corrillos entre compañeros y acompañantes. A veces, eran enormes. Otros, porque venía toda la familia a visitar a algún compañero. Y cuando digo toda la familia me refiero a TODA la familia.

Pocas veces compartíamos mesa con alguien. No por desintegrados, simplemente porque nos gustaba nuestra soledad.

Pasado un tiempo, nos íbamos a caminar o íbamos a mi habitación. Pero siempre el barcito estaba muy concurrido hasta altas horas de la noche. Me invitaron varias veces pero no participé en ninguna, tampoco tuve la mía, pero la mayoría de la gente organiza ahí “despedidas” cuando llega la hora del alta.

La época en la que estuvimos coincidió con un tórrido verano. Siempre el tiempo era bueno, soleado e idóneo para estar a la sombra y la frescura de los arbolitos del bar de afuera.

1 comentario:

Afrontando la lesión medular dijo...

El "barcito", como bien dices, Horacio, tiene su encanto. Realmente siempre lo miro con la idea de disfrutarlo algún día pero apenas dispongo de tiempo para ello a a causa del trabajo.
Lo importante es que cumple su función sin que sea gran cosa. Se trata de hacer la vida más agradable a los pacientes y a sus familiares y si el barcito lo ha conseguido, viviré mejor la pérdida de los árboles (plátano común) que se talaron. Inicialmente no se talaron con la finalidad de hacer esa zona recreativa sino por el peligro que representaban por su antigüedad pues, un día de viento huracanado, uno cayó encima de un coche, menos mal que no de un paciente, familiar, profesional o transeúnte de turno.
Espero que siga habiendo muchos días soleados que permitan congregar a familiares para hacer más "light" la rehabilitación.